"Mis labios no se movieron y sin embargo me oyó"

Este año, la Fiesta en honor del Santísimo Cristo de La Laguna, se enmarca dentro de la conmemoración del V Centenario de la llegada de la Venerada Imagen a nuestra tierra. Un acontecimiento que, por concesión del Papa Francisco, nos permite celebrar un Año Jubilar —entre el 16 de marzo de 2018 y el 3 de febrero 2019—, durante el cual podremos "poner al día" nuestra vida cristiana y alcanzar el don de la Indulgencia Plenaria.

El Año Jubilar es una llamada a "convertirnos a Dios de todo corazón". A través de la imagen del Cristo, Dios nos dice: «Hijo mío, dame tu corazón y que tu vida halle deleite en mis caminos» (Prov. 23,26). Tenemos ante nosotros una oportunidad especial para expresar, renovar y fortalecer nuestra fe, acercándonos a Cristo con alma, corazón y vida. Sí, con la letra de la conocida canción, podemos decirle a Nuestro Señor Jesucristo: «Estas tres cosas te ofrezco: Alma, corazón y vida y nada más. Alma para conquistarte, corazón para quererte, vida para vivirla junto a ti».

¿Ya hemos hecho nuestro jubileo personal, poniendo en práctica las indicaciones de la Santa Sede? Como les decía en la Carta para el Año Jubilar del V Centenario, estamos en un "tiempo de gracia y reconciliación" y, haciendo mías las palabras de San Pablo, les pedía: “Como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios! (2Cor. 5, 20). ¿Ya lo hemos hecho? ¿Tenemos en el corazón firme propósito de "vivir la vida junto a Cristo", amándole sobre todas las cosas, viviendo como Él vivió y amando al prójimo como Él nos ha amado?

En pleno Año de la Misericordia, nos decía el Papa Francisco: «¿Cómo es mi fe en Jesucristo? ¿Creo que Jesucristo es Dios, es el Hijo de Dios? ¿Y esta fe me cambia la vida? ¿Hace que en mi corazón se inaugure este año de gracia, este año de perdón, este año de acercamiento al Señor?  La fe es un don.  Nadie ‘merece’ la fe.  Nadie la puede comprar.  Es un don.  ‘Mi’ fe en Jesucristo, ¿me lleva a la humillación?  No digo a la humildad: a la humillación, al arrepentimiento, a la oración que pide: ‘Perdóname, Señor. Tú eres Dios. Tú ‘puedes’ perdonar mis pecados» (15-1-16).

Hay que decirlo con claridad, si nos falta esto, si nos falta la voluntad de ser cristianos auténticos, "rechazando lo que es indigno de este nombre y cumpliendo cuanto en él se significa", si no damos los pasos necesarios para conseguirlo, todo lo que hagamos en torno a la imagen del Cristo, más que "honrar" a Nuestro Señor Jesucristo, lo "deshonra a Él", pues hacemos inútil su venida al mundo. Y, también, nos engañamos a nosotros mismos porque –a pesar de las apariencias- la verdad no está en nosotros (cf. 1Jn. 1,8). Como dice la carta a los Hebreos, quienes creyendo en Dios no guardan sus mandamientos "así, vuelven a crucificar, para su propio mal, al Hijo de Dios, y lo exponen a la vergüenza pública"(Heb. 6,6).

El mismo Jesús denunció la necedad y ruina de aquellos que honran a Dios con los labios, pero no cumplen su voluntad (cf. Mt. 7,26-27. Quienes creemos en Dios estamos expuestos a la tentación de separar la fe de la vida. Leemos en la Biblia: «dice el Señor: Este pueblo me alaba con la boca y me honra con los labios, mientras su corazón está lejos de mí, y su veneración hacia mí es sólo una tradición aprendida de memoria [...] ¡Ay! de los que, en lo profundo, ocultan sus planes al Señor para poder actuar en la oscuridad y decir: ¿Quién nos ve? ¿Quién se entera? ¡Cuánta perversión!...» (Is. 29,13-16). 

También, el apóstol Santiago nos pide: «Poned en práctica la palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos» (Sant. 1,22) y San Juan afirma: «Quien dice que cree en Él debe vivir como Él vivió» (1Jn. 2,6). San Pablo, por su parte, nos dice: Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; este es vuestro culto espiritual. Y no os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rom. 12,1-2). Y, respecto a nuestra participación en la comunión del Cuerpo de Cristo, San Pablo nos previene con toda claridad: «Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva. De modo que quien coma del pan y beba del cáliz del Señor indignamente, es reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Así, pues, que cada cual se examine, y que entonces coma así del pan y beba del cáliz. Porque quien come y bebe sin discernir el cuerpo come y bebe su condenación» (1Cor. 11, 26-29).

Sí, hermanos, procuremos examinarnos a fondo y poner orden en nuestra vida. Que nos preocupe más la verdad que hay en nuestro corazón, que las cosas que hacemos hacia fuera. "Que nadie se engañe, pues de Dios nadie se burla. Lo que uno siembre eso cosechará" (Gal. 6,7). «La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Dios mira el corazón» (1Sam. 16,7). Dios nos conoce bien y sabe lo que hay en el corazón de cada uno. «Nada se le oculta; todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas» (Heb. 4,13).

Recuerdo que, en mi Visita Pastoral a las parroquias de El Tanque, visité en su casa a una señora de más de 90 años. Tenía una gran devoción al Cristo de La Laguna y me habló de la multitud de ocasiones que vino a rezar al Santuario. Durante la conversación le hice referencia a la hermosa copla popular: "Al Cristo de La Laguna mis penas le conté yo, sus labios no se movieron sin embargo me habló". Y ella me dijo, pues a mí me la enseñaron de otra manera: "Al Cristo de La Laguna mis penas le conté yo, mis labios no se movieron y sin embargo me oyó"

Hermosas palabras que reflejan muy bien lo dicho anteriormente. Dios no necesita que le digamos las cosas por fuera. Él conoce lo que somos y sentimos. Sabe de nuestras alegrías y sufrimientos, de nuestros proyectos y preocupaciones. Basta que nos pongamos en su presencia con la verdad de lo que somos y Él nos escucha y sostiene: «Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará» (Salmo 55,23). 

Hermanos y amigos, «Dios no nos ha destinado al castigo, sino a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo» (1Tes. 5,9). «Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna» (Heb. 4,16).


† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense