Hermanos y amigos: Fieles a la cita anual, nos disponemos a celebrar las Fiestas en Honor del Santísimo Cristo de la Laguna, que tienen su centralidad el 14 de septiembre, día de la Exaltación de la Santa Cruz y que -en su dimensión religiosa- viene precedida por la celebración del Quinario y se prolonga posteriormente con el Octavario. Por otro lado, en circunstancias normales, la celebración es realzada por diversos actos culturales, deportivos y lúdicos. Todo ello, pone de manifiesto la importancia que tie-ne el "Santísimo Cristo" para la Ciudad de San Cristóbal de Laguna.
Envueltos aún en los condicionamientos que nos impone la pandemia del Covid-19, tenemos que limitar muchos actos externos, especialmente los que implican una participación multitudinaria; pero ello, no nos impide expresar y celebrar nuestra fe en Jesucristo con las celebraciones en torno a la venerada imagen del Cristo de La Laguna. En ella contemplamos al Hijo de Dios que murió en la Cruz por nosotros y por nuestra salvación. Como nos enseña San Pablo: "Cristo fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación" (Rom. 4,25). Cuando miramos con fe la imagen de Cristo crucificado, nos damos cuenta que su pasión y muerte tiene que ver con nosotros. Así lo expresó el profeta Isaías:
¡Eran nuestras dolencias las que Él llevaba
y nuestros dolores los que soportaba!
Nosotros le tuvimos por azotado,
herido de Dios y humillado.
Él ha sido herido por nuestras rebeldías,
molido por nuestras culpas.
Él soportó el castigo que nos trae la paz,
y con sus heridas hemos sido curados.
Tenemos motivos más que sobrados para celebrar una fiesta en honor de Cristo Crucificado y, en este sentido, reitero lo que dije el año pasado: «Dios está con nosotros, nos conoce bien, y en cualquier situación le podemos suplicar y agradecer. Sin duda, la falta de algunos elementos externos, a los que estamos acostumbrados, es una dificultad y nos puede dar la sensación de que no hay fiesta. Sin embargo, en estas circunstancias, aún los gestos más sencillos tienen un gran valor a los ojos de Dios. Lo importante es hacerlo todo en espíritu y en verdad».
Nada nos impide manifestar nuestra fe en Jesucristo, escuchando su palabra y dejando que tome posesión de nosotros, que bendiga totalmente a toda nuestra persona (pensamientos, palabras, sentimientos, obras). Todo gesto externo, todo signo, puede ayudarnos a entrar en comunión con Cristo, que es lo importante. Pero, también, los gestos externos pueden ser un peligro, si nos quedamos en la mera exterioridad; entonces el gesto se convierte en algo meramente ritual, rutinario, que no significa nada ni nos lleva a nada.
Por eso, antes que cualquier manifestación externa, la mejor manera de "honrar a Cristo" es ser cristiano; es decir, ser su discípulo, que implica acogerlo interiormente e identificamos con Él. Por eso, para este año les propongo como lema: «Creer en Cristo: pensar, sentir y actuar como Él». Se trata de identificamos con Cristo de tal manera que, como San Pablo, cada uno pueda decir: "Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí" (Gal. 2,20)
Cualquier persona ejerce diariamente estas tres facultades, propias del ser humano: pensar, sentir y actuar. Pero, un cristiano es alguien que de tal manera se identifica con Cristo que sus pensamientos, sentimientos y comportamientos son los mismos de Cristo. En esto consiste la esencia de la vida cristiana.
El propio Jesucristo en diversas ocasiones ya dejo dicho que «No todo el que me dice "Señor, Señor" entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt. 7,21) y, también, "dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen" (Lc. 11,28). Es decir, que hacer lo que nos dice Jesucristo y vivir como Él, lejos de ser "un incordio" es fuente de paz y felicidad en esta vida y el "pasaporte" para la vida eterna.
San Pablo, que inicialmente era contrario a Cristo, cuando lo conoció y se dispuso a seguirlo adquirió la personalidad de Cristo, hasta el punto de poder decir a los cristianos: "Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo" (1Cor. 11,1). Por eso, en sus afirmaciones y exhortaciones, nos dice: "Nosotros tenemos la mente de Cristo" (1Cor. 2,16); "tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús" (Filp. 2,5). "Lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis, visteis en mí, ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros" (Filp. 4,9).
Por su parte, el apóstol San Juan, siempre insistente en que la fe no es un mero sentimiento o acto intelectual, nos dice con toda claridad: "Quien dice que cree en Él debe vivir como vivió Él" (1Jn. 2,6). Comportarnos como Cristo es la "prueba visible" de la autenticidad de nuestra fe. El apóstol Santiago dirá: "Lo mismo que el cuerpo sin aliento está muerto, así también la fe sin obras está muerta" (Stgo. 2,26).
En este sentido, San Pablo se lamenta que entre los cristianos se den comportamientos contrarios a Cristo, y les reitera a los Filipenses: "Hermanos, sed imitadores míos y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en nosotros. Porque -como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos- hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas; solo aspiran a cosas terrenas" (Filp. 3, 17-19).
Pensar, sentir y actuar como Cristo implica una auténtica conversión personal: Cambio de mentalidad, cambio en los sentimientos y cambio en los comportamientos. Lo primero, y seguramente lo más difícil, es el "cambio de mente": «No os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto» (Rom. 12,2). Cuando uno se identifica con la mente de Cristo, sus sentimientos impregnan nuestro ser y en consecuencia nos sentimos impulsados a vivir como Él.
Todo esto es posible porque Dios nos ha dado su Espíritu que, si lo acogemos y nos apoyamos en Él, produce en nosotros los frutos del «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí» (Gal. 5, 22-23).
Dejemos que Cristo entre en nuestra vida. Como dijo el Papa Benedicto XVI, al inicio de su pontificado (24-4-2005), «¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida».
Cristo siempre está viniendo a nuestro encuentro. No dejemos de recibirlo. Es lo que deseo para todos en estas fiestas, del año 2021, en Honor del Santísimo Cristo de La Laguna.
+ Bernardo Álvarez Afonso Obispo Nivariense