En septiembre, el cuerpo del Santísimo Cris­to de La Laguna es de fiesta y amor porque des­pierta el mes en que la ciudad de Aguere, la isla de Tenerife toda, en villas, pueblos o caseríos, enal­tece a su Crucificado moreno cantado por los poe­tas y amado por miles de isleños.

El Cristo de La Laguna fue traído en 1520 gra­cias a la protección que Alonso Fernández de Lugo hizo al duque de Medina Sidonia, Es una hermo­sa talla perteneciente al Gótico Sevillano, proba­blemente del siglo XV, crucificada a la cruz de plata toscamente labrada que regaló Francisco Bautista Pereira de Lugo.

En el año 1609 se sustituyeron los tres cla­vos de madera que sostenían al Crucificado more­no a la cruz por unos de hierro plateado. Los pri­mitivos se dieron como reliquias a algunas personas muy devotas, y, según la tradición, apli­cados a los enfermos en la parte dolorida sanaban rápidamente.

También se sustituyó, dado el deterioro, la dia­dema a modo de escudo que tenía el Cristo sobre la cabeza, ornamento del que se confeccionaron pequeñas cruces, poseedoras de virtudes curativas.

Cuando las calamidades azotaban la Isla, el Cristo fue siempre invocado para remediarlas. En las sequías de 1562, 1566, 1571, 1577 y 1607, el Crucificado proveyó agua para los secos cam­pos, salvándose las mieses. Grandes han sido, tam­bién, los prodigios ante epidemias o plagas.

Sobre la llegada de la Venerada Imagen a Te­nerife existen numerosas leyendas que confluyen en un misterioso barco que desaparece del puerto santacrucero después de vender el Cristo sus tri­pulantes.

En el paño (perizonium) que está ceñido a la cintura del Crucificado lagunero aparecen letras se­paradas por estrellas, cuyo significado, según una religiosa clarisa, apunta, entre otras cosas, que "to­dos resucitaremos y seremos salvos".

La primitiva cruz del Cristo era de madera y se conserva en el convento lagunero de Santa Clara. Unos santos maderos en los que, al ser limpiados con zumo de cebolla por una monja, apareció la silueta del Crucificado.

El Cristo de La Laguna, allá por 1550, emi­tió un brillo misterioso que hizo comprender a Sor Almerina de la Cruz que la Imagen estaba en so­ledad, de la que fue rescatada para orgullo y pro­tección del pueblo.

En 1607, los señores de Justicia y Regimien­to, a través de una ordenanza, dispusieron que el catorce de septiembre de cada año fuera día de fies­ta, encargándose de los diferentes actos un dipu­tado —más adelante fue el proveedor de la fiesta—que disponía de un presupuesto de cincuenta ducados.

En 1659, la Esclavitud se encargó de las Fies­tas del Cristo. Más adelante, allá por 1892, los res­ponsables de la celebración son un presidente y cuatro vocales, y en 1926, creyendo los esclavos del Cristo que los actos populares debía organizar­los el Ayuntamiento, se crea un comisario de fies­tas religiosas y otro de fiestas populares que con­taban con la ayuda de tres vocales.

Escritores como Enrique Qoméu Palazuelos consideran que las Fiestas del Cristo datan del año 1532, "pues es seguro que Andrés Callardín, ve­cino de La Laguna, para la fiesta que en el mes de septiembre se hace, ha dado toros para solemes y tradiciolnales fiestas de septiembre en el pasado y que hoy sólo son un recuerdo a rescatar.

El Cristo de La Laguna es el de las promesas, como la de Antonio Correa, quien regaló una lám­para de plata para salvar su barco de una tempes­tad. Un Crucificado que posee unas fiestas que in­cluso iluminó en 1858 el cometa Donati. Antaño bajaban de la cruz al Cristo con las sábanas de la monja clarisa San Jerónimo y hoy se hace con el amor de la tradición hacia una belleza artística exal­tada por poetas de la talla de Emeterio Gutiérrez Albelo, para quien el Crucificado moreno es sal­vadora bandera, faro de amor y abrazo de hu­manidad.