Las fiestas del año 1858 se caracterizaron porque brilló un cometa en el cielo. 

EMETERIO Gutiérrez Albelo señala que el Cristo lagunero es la estrella de los vientos, por cuyas cuatro puntas atrae a su centro, y ardientemente juntas en vértice de amor, eterno y fecundo, a los fieles. Muy hermosas sus palabras, pero se le escapa al poeta que las curiosidades y misterios han sido constantes en el acontecer histórico de la milagrosa imagen, como se puede apreciar en los siguientes ejemplos:

Una Sierva de Dios de Santa Clara, del monasterio de San Bernardino de Gran Canaria, reveló a Fray Diego Enrique el significado de las letras que aparecen en el perizonium, es decir, en el paño que está ceñido a la cintura del Cristo: «Esta es la verdadera Imagen de nuestro Señor y Redentor Jesucristo, que padeció y murió por salvarnos, hijo de la Virgen María y Rey de los Judíos, que en el día del Juicio vendrá a juzgarnos, que cumplirá su palabra que todos resucitaremos y se mos salvos, como S.M. lo ha prometido si nos valiéramos del fruto de su Redención e intercesión su Santísima Madre».

En la primitiva cruz del Cruz se ve la imagen del Crucifica silueta que, según la tradición apareció una mañana cuando una monja clarisa limpiaba los maderos con zumo de cebolla.

La tradición apunta que el Cristo abre sus ojos cuando concede a los secos campos la lluvia esperada, y que, en la mañana del Viernes Santo, desclava de la cruz su mano derecha y bendice a la ciudad, concretamente cuando, después de la procesión, se le vuelve al pueblo, al llegar a la puerta del Santuario.

En el año 1598, los holandeses intentaron saquear Tenerife. El pueblo lagunero, junto a hombres de otros rincones tinerfeños, bajó a Santa Cruz en número superior a cinco mil. Mientras esperaban la llegada del enemigo, los franciscanos rezaron y pidieron la paz para Tenerife. Una mañana, después de unos diez días de espera, llevaron al puerto santacrucero uno de los velos que cubría al Cristo y lo utilizaron de estandarte. También se acordó bajar al Crucificado y ponerlo en una cuesta en caso de enfrentamiento, lo cual no ocurrió, ya que la escuadra holandesa, al intentar avanzar hacia nuestro puerto, fue destrozada por el temporal que se desató allí donde el mar es más profundo, iluminando el Cristo al enemigo el camino del retroceso.

La Madre San Jerónimo, monja de clausura del convento de Santa Catalina, cuidaba y se ocupaba de dos sábanas, muy delgadas y limpias, que llevaban al convento de San Francisco para bajar al Crucificado los días que salía en procesión.

Las Fiestas del Cristo de 1947 fueron especiales porque, en su octava, Domingo Pérez Cáceres fue consagrado obispo de la Diócesis de Tenerife, participando el estandarte del Cristo y los maceros de su Esclavitud en la procesión que trasladó al prelado desde el Palacio Episcopal hasta la Catedral, donde fue revestido de pontifical ante la presencia del Crucificado lagunero.

Las Fiestas del Cristo de 1858 se caracterizaron porque, durante varias noches, un corneta brilló en el cielo. Se veía hacia el Noroeste y se ponía hacia las ocho de la tarde. El corneta se llamó Donati y se caracterizó porque tiró al espacio, como sudarios, una sucesión de comas que, en ocasiones, pueden sugerir formas humanas, como el Dios, con su pelo plateado, del que habla Plinio. Muchos hechos curiosos ocurrieron aquel año.