El pasado año 2008 se inauguró en San Sebastián de La Gomera un monumento al Padre José Torres, gracias a la iniciativa del párroco don Domingo José Díaz Herrera y de un grupo de feligreses. Está ubicado en la calle Torres Padilla, junto a la iglesia parroquial. Este sacerdote canario vivió y murió santamente en Sevilla y fue el director espiritual de Santa Ángela de la Cruz.
José Francisco Luis de los Dolores nació en La Gomera en 1811
Lo leemos en la partida de bautismo de la parroquia de Ntra. Sra. de la Asunción, que dice así: “En esta iglesia parroquial de Ntra. Sra. de la Asunción de esta villa e isla de La Gomera, a treinta y uno de agosto de mil ochocientos once, yo don Joseph Álvarez Mora, Juez Apostólico Comisario del Tribunal de la Santa Cruzada y Beneficiado servidor de dicha parroquia, bauticé solemnemente y ungí con el santo óleo y crisma a un niño que dicen nació el veinte y cinco de dicho mes, al que puse el nombre de Joseph Francisco Luis de los Dolores, hijo legítimo de Francisco de Torres Bauta y de María Padilla Cabeza, aquél natural del lugar de Guía en la isla de Tenerife, y ésta de esta villa, en donde son vecinos. Abuelos paternos Andrés de Torres difunto, natural de la villa de Adeje en dicha isla de Tenerife, y Ana de Bauta difunta, natural del expresado lugar de Guía. Maternos el ayudante retirado don Joseph Padilla, natural de esta villa y vecino de la isla del Hierro, y María de las Mercedes Cabeza y Padrón, difunta natural de esta referida villa. Fue su padrino don Antonio de Armas Manrique, vecino de Vallehermoso, a quien advertí del parentesco espiritual y su obligación. Testigos don Joseph María Ferrer presbítero, el R.P. Guardián fray Joseph Cabrera y otros. En fe de verdad lo firmé = Entre renglones, difunta. Vale = Joseph Álvarez Mora” (Libro 7º de Bautizos, folio 202 v.)
Salvado de ahogarse en un pozo
Francisco Torres era un agricultor acomodado y se preocupó de que sus cuatro hijos fuesen a la escuela. La vida de José estuvo marcada por un hecho trágico acaecido en su infancia escolar. En el archivo del Instituto de la Compañía de la Cruz se narra de este modo: “Teniendo el Padre Torres unos cinco o seis años se cayó en un pozo muy profundo que había en la escuela donde aprendió las primeras letras: en un corral grande de la casa había un pozo sin brocal y era paso para ir a los excusados; los chicos mayores tenían la costumbre de pasar dando un salto por encima, sin necesidad, por haber sitio suficiente para pasar sin esto, y él quiso imitar esta travesura; hallándose solo en aquel sitio y como no tenía aún agilidad y fuerza para ello, por ser tan chico, cayó en el pozo sin que nadie lo viera y se sumergió hasta clavar la cabeza en el fondo cenagoso del mismo y tragó bastante agua y cieno, de lo que juzgaba que comenzó su padecimiento del estómago. Él no se daba cuenta cómo salió a flor de agua y pudo subir agarrrándose a las paredes del pozo, a tiempo que el maestro, habiéndolo echado de menos, salió al corral y lo ayudó a salir...” El mismo Padre Torres reveló el hecho al sacerdote José María de León, considerándolo como una actuación especialísima de la providencia de Dios.
Estudios eclesiásticos salpicados de contratiempos
Desde muy joven José se propuso ser sacerdote, pero su estudios se vieron obstaculizados por diversos contratiempos. El primero y más grave fue la muerte de su padre y de su madre el mismo día. Un familiar se hizo cargo de los cuatro niños, a los que trataba con mucho cariño y comodidad. José tenía 17 años y decidió seguir su vocación. Marchó a La Laguna para hacer los estudios de humanidades. “Y allí mendigaba para continuar sus estudios, y en ellos y en la oración gastaba el día y una parte de la noche.” En sus “Apuntes sobre mi carrera literaria y eclesiástica” escribió: “En la ciudad de La Laguna de Tenerife estudié el idioma latino privadamente en el tiempo de dos años, poco más o menos. En el año de 1829, habiendo sido examinado y aprobado en el claustro de la Universidad de San Fernando de La Laguna, fui matriculado en la misma en la clase de humanidades en 18 de octubre de 1829, hasta 18 de junio de 1830, en cuya enseñanza estudié poetas latinos, retórica y poética, de lo que fui examinado y aprobado en dicho día 18 de junio por los tres señores catedráticos examinadores.” Continuó sus estudios de filososfía, un año oficial y dos privadamente, por haber sido clausurada la Universidad canaria. Tampoco se arredró por este nuevo contratiempo. Consiguió cartas de presentación para pesonajes de Sevilla y en octubre se embarcó para terminar sus estudios en la Península. Al llegar a Cádiz, no le permitieron desambarcar por la epidemia de cólera desatada en Andalucía. Sin desanimarse, siguió hacia Valencia, “donde se matriculó en aquella Universidad, como pobre, en el segundo año de filosofía, que aprobó en mayo de 1834”. En el verano de dicho año llegó a Sevilla. A fuerza de becas y limosnas terminó sus estudios eclesiásticos y pidió las Sagradas Órdenes, como él mismo escribiría luego en sus apuntes:
“Recibí el sagrado orden del presbiterado el 27 de febrero de 1836, de manos del cardenal Cienfuegos, y empecé a celebrar el santo sacrificio el 8 de marzo siguiente”.
Catedrático de teología, patrística e historia de la Iglesia
El primer destino del Padre Torres fue el seminario conciliar San Francisco Javier establecido en Sanlúcar de Barrameda. Allí enseñó teología dogmática, “con la dotación de cuatrocientos ducados anuales”. En 1857 regresó a Sevilla al ser nombrado catedrático en propiedad de historia, disciplina eclesiástica y patrología del seminario San Isidoro de la capital hispalense, “por cuanto nos consta de la instrucción, idoneidad y prudencia del presbítero don José de Torres y Padilla...” No dejó de estudiar y de acrecentar sus conocimientos en las diversas materias eclesiásticas hasta el punto que se extendió su fama de sabio consejero. El célebre don Cayetano Fernández afirmó que “nunca acudía a él en vano por datos que me fueran precisos; lo encontré siempre como un libro registrado y abierto por la página que me hacía falta”. Sor Adelaida de Jesús, por su parte, nos habla de sus virtudes ascéticas: “tiene por cama un jergón sobre banquillos, duerme tres horas cada noche; muchas noches no se acuesta en el jergón, pasa el tiempo de descanso en un sofá de tablas que hay en la casa; dispone sólo de una sotana, que ya va muy remendada”. El Padre Torres vivía en una casita de la calle Hiniesta, muy cerca del barrio donde nació Angelita. Pronto, en la ruta del cura “santero” o “de los ojos bajos” se cruzaría la zapaterita sevillana. Él tenía 51 años y ella 16.
Director espiritual de Angelita
Angelita nació en la plaza sevillana de Santa Lucía, cerca de lo que hoy es Ronda de Capuchinos, el 30 de enero de 1846. Su padre se llamaba Francisco Guerrero, natural de Grazalema y de oficio cardador de lanas. Su madre era la costurera sevillana Josefa González. Tuvieron catorce hijos, de los que murieron ocho. Sobrevivieron tres varones y tres hembras, Angelita entre éstas. Francisco y Josefa consisguieron trabajo en el convento de la Santísima Trinidad, como cocinero y costurera-lavandera respectivamente. Los niños se quedaron pronto huérfanos de padre. Para ayudar a su madre y hermanos, a los 15 años Angelita se colocó en el taller de calzado de doña Antonia Maldonado, situado en la calle Huevo, hoy Feijoo. Aquella adolescente zapaterita empezó a llamar la atención por su vida de oración y de penitencia. Doña Antonia le habló del caso al Padre Torres y éste le pidió que se la presentara. La recibió con afabilidad en el confesonario de Santa Paula e inició con ella un largo discernimiento. Estamos en el año de 1862. El Padre Torres intuyó que aquella joven estaba llamada por Dios a algo grande, pero correspondía al Espíritu señalar el camino. Primeramente le ordenó que moderara sus penitencias, que hacían peligrar su salud, y que se dedicara a visitar a los pobres y a pedir limosnas para ellos. Así comenzó a ejercitar las obras que constituirían más tarde el carisma fundamental de las Hermanas de la Cruz. Con el consentimiento de su confesor, pidió ingresar como lega en el convento de las carmelitas descalzas, pero no la recibieron por su endeble estado de salud. El padre Torres le restó importancia a esta negativa. Era sólo un tanteo, que le indicaba que la joven no estaba llamada a la vida contemplativa. A los 22 años, Ángela seguía manifestando a su director espiritual su deseo de ser monja. El sacerdote canario confesaba entonces en Santa Inés y vivía con el padre José Antonio Ortiz Urruela en la calle de la Bolsa, feligresía de San Pedro. La Providencia quiso que estos dos grandes maestros espirituales de santas fundadoras formasen una pequeña comunidad de oración y de atención a los pobres. El padre Ortiz sería más tarde, en Córdoba, el consejero de la madre Santa Rafaela María Porras Ayllón, fundadora de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús.
Consultor del Concilio Vaticano I y canónigo de Sevilla
El concilio Vaticano I fue inaugurado por el papa Pío IX el 8 de diciembre de 1869. Como padre conciliar asistió el cardenal arzobispo de Sevilla don Luis de la Lastra y Cuesta, quien designó entre sus consultores teólogos al padre José de Torres. De los seis españoles nombrados por el papa consultores pontificios, cuatro eran de la diócesis sevillana: Guisasola, Campero, Torres y Ortiz Urruela. Antes de partir a la Ciudad Eterna, Torres había autorizado a Ángela el ingreso en las Hijas de la Caridad. En esta congregación, probaría su carisma de vida activa, pero también fracasó. Destinada a varias casas de Cuenca, Valencia y Sevilla, finalmente tuvo que abandonar el instituto porque su salud no respondía. Al regresar el padre Torres de Roma, Ángela corrió a su encuentro para contarle su desventura. El padre le consuela y le hace ver lo positivo de haber conocido la vida de comunidad por dentro y el método vicenciano de atención a los pobres. Una experiencia que le habría de servir para la obra que Dios le tenía reservada.
El cardenal de Sevilla había quedado impresionado de la categoría teológica del padre Torres durante los debates en el Concilio y, al regresar, tomó la firme decisión de hacerlo canónigo “por hallarnos satisfechos de las recomendables cualidades y circunstancias que reúne, por las que le juzgamos digno de esta gracia...” El documento fue firmado el 25 de septiembre de 1871. Tuvo que ser muy duro para el padre Torres aceptar la canonjía. Entró pobre a la catedral y pobre segurirá siendo. Para tomar posesión un amigo suyo le prestó los hábitos. Al marcharse el padre Ortiz Urruela a la catedral de Córdoba, se fue a vivir con una familia obrera que vivía en Santa Marta. Ayuda a todo el mundo y tiene como amigo a un pobre vagabundo que vende naranjas y recoge colillas. El padre Torres era un canónigo extraño.
Habían transcurrido doce años desde que el canónigo José Torres conoció a la joven Angelita y seguía sin discernir con claridad su vocación. En palabras de José María Javierre, Dios movía a su gusto los peones de aquella partida de ajedrez. Finalmente, unas cuartillas escritas por la santa iluminó al director espiritual. Era el año 1873.
Los primeros escritos de Ángela
Aquella joven de 27 años apenas sabía escribir. En la escuela sóla había aprendido lo más elemental. Pero en la cuaresma del referido año, el Espíritu le impulsó a escribir unas cuartillas para que las leyese el Padre Torres. Sin duda, Ángela había tenido una experiencia mística profunda y reveladora. El escenario era el Monte Calvario: “Nuestro Señor enclavado en la cruz y la cruz levantada de la tierra. Otra cruz (vacía), a la misma altura, pero no a la mano derecha ni a la izquierda, sino enfrente y muy cerca”. Comprendió Ángela que aquella cruz vacía la debería ocupar ella misma: “Me ofrecía toda a mi Dios deseando el momento de verme crucificada frente a mi Señor...Las virtudes que deben brillar más en mí son la pobreza, el desprendimiento de todo lo terreno y la santa humildad...” Desde entonces el padre Torres le autorizó a llamarse Ángela de la Cruz.
“Hay que hacerse pobre con los pobres”
El padre Torres alentó a Ángela a seguir escribiendo, sin complejos ni miramientos gramaticales, ortográficos o caligráficos. “Escriba a la buena, lo que salga. Aprenderás en la escuela del Espíritu Santo”, le decía su padre espiritual. Sus primeros papeles los escribió en su casa con muchas incomodidades como ella misma cuenta: “Padre, le escribo con un trabajo, porque después de no tener tiempo todas son dificultades y al fin no he podido hacerlo en la mesa como V. me dijo, sino encima del arca...” Un pensamiento había quedado fijo en la mente y en el corazón de la joven: “hacerse pobre con los pobres”. Su confesor insistió en que reflejara por escrito estos planes y para facilitarle la tarea le ofreció el sillón y la mesa de su despacho, en la placita de Santa Marta. En aquella habitación con aquellos muebles, Angelita “se veía tan chica sentada, sin llegar con los pies al suelo”. Javierre narra la escena de este modo tan bello y poético: “Allí está Angelita, afanosa, pegada tenazmente a las cuartillas, con su cara redondita de manzana dorada; sus ojos vivos, encendidos por una luz que le viene de dentro. Allí está, escribe que te escribe...A veces suspira, levanta una mirada y la suelta, para descansar, por la ventana grande que da a los naranjos de la placita. Seis naranjos en torno a una cruz de piedra que tiene escrito en el fuste invitante: Una Ave María. La cruz es dechado de sencilla hermosura, apoyada sobre dos gradas y su pedestal. La placita queda encajada, entre los muros altos, casi como un patio sevillano a la sombra de la Giralda.”
Desde octubre de 1874 hasta febrero de 1878 escribió Ángela su diario espiritual, dirigido a su confesor don José Torres. Son escritos íntimos, de conciencia. Encantan la sinceridad y la espontaneidad de esta joven tan cándida y humilde, que vive la infancia espiritual con naturalidad, llamando siempre al canónigo don José Torres “Padre”. Así: “Padre, pongo mucho cuidado para escribir y ya ve V. lo mal que me sale”...”Padre anoche no escribí por el sueño”...”¡Ay padre de mi alma, qué grande es mi confusión! Yo no sé si después de tanto sufrir, no habré agradado a mi amado Dueño con mi imperfección”...”Padre de mi alma, ¡qué alegría tengo! Dios se lo pague a V., y lo primero que encuentre en la gloria sea todo el bien que me hace”...”Padre de mi alma, desde que V. me dio permiso para hacer los votos me llené de una santa alegría”...”Padre, estoy apuradísima hasta que V. me saque del apuro”...”En la caridad con que V. me trata se me representaba el dulce amor que Jesús nuestro bien tuvo siempre a esta dichosa criatura y por eso se aumentaba mi respeto, mi veneración y mi obediencia”. En la correspondencia se observa que entre ambas personas existía amor paterno-filial, profunda compenetración y plena confianza. Veamos algunos de los encabezamientos de las cartas: “A mi amado Padre en Nuestro Señor don José Torres Padilla”...”Mi respetado y venerado Padre”...”Padre mío”...”Mi estimada Angelita en Nuestro Señor”.
Hermanas de la Compañía de la Cruz
La idea motriz de su proyecto fundacional la resumió Santa Ángela de la Cruz con estas palabras: “Si para aconsejar a los pobres que sufran sin quejarse los trabajos de la poobreza, es preciso llevarla, vivirla, ¡qué hermoso sería un instituto que por amor a Dios abrazara la mayor pobreza, para de este modo ganar a los pobres y subirlos hasta Él”. Más tarde, fue concretando cómo sería la casa de las hermanas: “Una casa donde reina un profundo silencio, sus paredes blancas y toda la casa muy limpia. En todos los corredores no se encuentra ningún mueble, más que de trecho en trecho unos cuadritos bastos que representan las estaciones del vía crucis, con una crucecita pequeña encima...” En 1875 el proyecto se hizo realidad. El 17 de enero escribe Ángela al Padre Torres: “Padre, cada día estoy más segura de emprender la vida que usted sabe...Dios quiere que se reúnan algunas jóvenes y observen este género de vida”. A finales de junio el Padre Torres le pide a Angelita que deje el taller y se dedicara plenamente a preparar la fundación. El 2 de agosto, festividad de Nuestra Señora de los Ángeles, en la iglesia de Santa Paula, cuatro jóvenes llamadas Ángela, Sacramento, Josefa y Juana asistieron a la misa celebrada por el padre Torres y comulgaron. Luego se reunieron para inaugurar el nuevo instituto dedicado a atender a los enfermos en sus casas, ayudar a los pobres y proteger a los niños abandonados, obras que estarían acompañadas con el testimonio de la pobreza. La primera comunidad se estableció en el barrio de San Lorenzo, en la calle Hombre de Piedra. El 3 de abril de 1876 fue aprobado el instituto por el arzobispo de Sevilla, cardenal Luis de la Lastra. Hoy está presente en Argentina, Italia y muchos lugares de España, entre ellos Santa Cruz de la Palma y La Orotava.
El Padre Torres falleció el martes 23 de abril de 1878, a las once y cuarto de la mañana. Había cumplido 66 años. Ángela de la Cruz murió el 2 de marzo de 1932, a los 86 años de edad. Juan Pablo II la beatificó en Sevilla el 5 de noviembre de 1982 y la canonizó en Madrid el 4 de mayo de 2003. Fue aclamada como la “madre de los pobres”.
(Fuente bibligráfica: José María Javierre. “Sor Ángela de la Cruz. Escritos íntimos”. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 2006.) (“Iglesia al Día”, febrero, marzo, abril, 2009)