Manuel Verdugo ya anunciaba en su soneto «San Cristóbal de La Laguna» que las procesiones comenzarían su anual partida al repicar las campanas cada 14 de septiembre.
El sentir religioso del pueblo lagunero por el Unigénito moreno es muy profundo. La misterio-sa llegada de la Imagen a la Isla fue una salvación para los que pade-cían dolor, pues, según cuenta la tradición, fue a partir de ese día cuando el Cristo empezó a obrar prodigios en favor de los que lo invocaban en sus aflicciones, MIhaciéndose popular aquella frase que decía: «Señor de La Laguna compadeceos de mí».
En el año 1607 se institucionalizan las fiestas. Con el paso de los años, el encargado de llevar a buen cauce los festejos va a ser un caballero notable y de arraigo en Tenerife, que era elegido por los religiosos del Convento de San Francisco. Este organizador se llamaba proveedor de la fiesta, y era un gran honor el ser designado para tal fin, preocupándose siempre porque la suntuosidad de los actos fuera mayor que la de su antecesor. Asimismo era costumbre que regalara al Cristo un objeto de plata como recuerdo de su participación en las fiestas mayores de septiembre. Entre los regalos de los proveedores de la fiesta, destacamos la actual cruz de plata que posee el Cristo, la cual le fue regalada en 1630 por el maestre de
Campo de la Gente de Guerra del beneficio de Taoro de Norte a Sur, Francisco Baptista Pereira de Lugo, Regidor de Tenerife y Señor de La Gomera y El Hierro.
Con la fundación de la Venerable Esclavitud en 1659, desapareció el proveedor de la fiesta, que es sustituido en su misión por una comisión formada por el Esclavo Mayor y dos esclavos más llamados diputados, que .dieron más realce a la fiesta, según se desprende de las siguientes palabras de Núñez de la Peña: «Las han hecho muy costosas, de comedias, fuegos, saraos, torneos; que el regocijo dura ocho días, a costa de los tres nombrados». Posteriormente, en 1892, se encarga de las Fiestas del Cristo una comisión compuesta por un presidente y cuatro vocales, y en 1926, creyendo los esclavos del Cristo que los actos populares debía organizarlos el Ayuntamiento, se crea un comisario de fiestas religiosas, otro de fiestas populares y tres vocales.
Crónicas de fiesta
No se equivocó el historiador Núñez de la Peña al decir que las Fiestas del Cristo eran muy costosas, pues se sabe que en 1688 la Esclavitud gastó en los festejos más de mil pesos, con grandes derroches de comidas y bebidas en la víspera por parte del Esclavo Mayor. Como consecuencia de ello, el 13 de septiembre de 1739, se dispuso «limitar los refrescos de la víspera que se han hecho con toda esplendidez y abundancia y acordamos que en adelante los señores Esclavos Mayores en dicho refresco no excedan de una fuente de rosati y otra de anís, agua de nieve, bizcochos y chocolate...»
Por el siglo XVII se hizo popular en las Fiestas del Cristo la presencia de las «tapadas», curiosa costumbre mediante la que las jovencitas cubrían sus cabezas y sus rostros con una mantilla de franela blanca. Era el vestido de paseo de las clases medias de los principales pueblos de la Isla, e incluso lo llevaban las jóvenes del interior, que se lo ponían sobre su bata de seda negra.
En el año 1883 la afluencia de los forasteros a los festejos era tan grande, que dormían en los pórticos de las Casas Consistoriales, muy cerca de la Plaza del Adelantado, donde tenían lugar animados paseos amenizados por una mibanda de música y sin faltar las típicas parrandas.
La información de los periódicos fue el medio más habitual para anunciar a los vecinos la llegada de las fiestas y sus actos, ya que el programa festivo, dada su reducida tirada, no podía llegar a todos. Como ejemplo de ello, exponemos a continuación la manera cómo anunciaba el periódico «La Prensa» del 9 de septiembre de 1916 la llegada de las fiestas:
«Hoy día del Cristo, se espera enorme concurrencia de forasteros en la vecina ciudad. Todo hace suponer que, a pesar de la crisis económica del país, la tradicional fiesta del Cristo se verá tan animada y concurrida como en años anteriores».
En 1892 era el tiempo en que las mujeres de clase alta vestían con traje de polisón y sombrero de plumas, y las del campo llevaban sobretodo ceñido al talle y pañoletas de diversos colores.
En este año se celebró la primera lidia en el ruedo que existió en La Laguna, en la que se lidiaron, por los diestros Fernando Gómez «El Gallo» y Manuel Ruiz, cuatro toros de la renombrada ganadería sevillana de Antonio Martín.