Cuando el 28 de julio de 1914 estalló la primera guerra europea se encontraban en plena preparación las fiestas laguneras de septiembre. La comisión designada por la pontificia esclavitud, que presidía don Juan Parrilla, estaba volcada en el diseño del programa de actos. Pero el impacto en las islas de la gran conflagración, agravado por el cerco inmediato de aislamiento que atenazó al archipiélago y las subsiguientes consecuencias en la ya de por sí débil economía insular, lo trastocó todo. El rumor de su supresión no tardó en surgir y propalarse, más como eco de temores populares que por decisión de quienes tenían la responsabilidad de los festejos, al punto que desde la prensa tuvo que ser desmentido el runrún durante varias fechas.
Las fiestas pudieron celebrarse los días 12, 13 y 14, "a pesar de las actuales circunstancias", y "por causas ajenas a la voluntad de la comisión organizadora se suspendieron varios números de los anunciados en el programa", que quedaron reducidos a una carrera de sortijas a caballo en la polvorienta plaza de San Francisco, en la que logró el mayor número de cintas el jinete Felipe de Armas Miranda; el concierto de la banda de música de la capital de la provincia en el teatro Viana, donde también celebró un baile la sociedad "El Porvenir", la procesión del atardecer del día catorce -la imagen del Cristo, como puntualizó el diario católico Gaceta de Tenerife, no fue trasladada a la Catedral- y la quema de los fuegos del "Risco" y de la "Entrada" (comprometidos con anterioridad al comienzo de la guerra), que, para el liberal-conservador La Opinión, "resultó muy lucida". Los ánimos de la población no estaban para jolgorios. La prensa coincidió en que ese año la asistencia "no fue muy numerosa".
La situación política, económica y social continuaba en 1915, por lo que apenas se modificó el programa respecto al del año anterior, si se exceptúa la inauguración del teatro Leal, que fue un acontecimiento cultural, artístico y político, con la Fiesta de las Hespérides, organizada por el Ateneo para tender puentes de afecto entre las islas en los difíciles momentos que estaba viviendo la región canaria y, según proclamó Domingo Cabrera Cruz, presidente de la docta casa, acabar con viejos recelos y lograr la confraternización de los canarios en la difícil coyuntura en que se encontraba el archipiélago.
Las fiestas del Cristo las organizaba en esa época la esclavitud a través de una comisión, que solía renovarse anualmente. Así ocurrió en noviembre de 1915, una vez finalizada la labor de ese año, cuando asumió la responsabilidad de las de 1916 un grupo de ciudadanos presidido por don Juan Cabrera Núñez, veterano en esas lides, y, como vocales, don Sebastián González Álvarez, don Genaro Ramallo, don Antonio Hernández Felipe y don Bernardo González Falcón.
El objetivo que se impusieron fue el de devolverle a las fiestas su perdido esplendor; tarea nada fácil. A los problemas derivados del conflicto bélico se sumó otro imprevisto, el climatológico, una "pertinaz sequía que amenaza(ba) asolar los sembrados, aumentando con esta calamidad, más, el cuadro de desdichas que la guerra europea ha(bía) traído sobre el país", como reza el acta de la sesión plenaria municipal de 16.02.1916, lo que impulsó a los labradores de la comarca a solicitar, a través del concejal don Ramón Matías Izquierdo, que el Ayuntamiento suplicara a la autoridad eclesiástica el traslado de la imagen del Santísimo Cristo hasta la S. I. Catedral para impetrar del cielo el favor de la lluvia. Al final, la rogativa acabó en acción de gracias porque llovió abundantemente. La procesión de retorno de la imagen a su santuario duró cuatro horas, con un acompañamiento inmenso de fieles que desbordó todas las previsiones.
El empeño de los comisionados y sus respectivos equipos de colaboradores -postulaban casa por casa-, su esfuerzo y entusiasmo para recuperar las fiestas mayores de la ciudad se tradujeron en un programa que marcó nuevo rumbo e inició nueva época de las fiestas mayores San Cristóbal de La Laguna. Los actos comenzaron el cuatro de septiembre con una velada literario-musical de Cruz Roja. El seis tuvo lugar la "Sacada" del trono de la Virgen de los Remedios de su capilla catedralicia, durante la cual el Orfeón de La Laguna, bajo la batuta de José Tarife Tejera, interpretó la obra "Monstra te" de Gioachino Rossini (1792-1867) con el gran barítono Néstor de la Torre y el ya prestigioso tenor lagunero Enrique Simó como solistas. En la festividad de la patrona de la diócesis nivariense y de la catedral, el día ocho, volvió a cantar el ilustre barítono grancanario. Hubo ese día procesión de la imagen de la Virgen, concierto de la banda municipal de Santa Cruz de Tenerife y verbena en la calle de la Carrera, iluminada "a la veneciana". En la avenida de la Universidad o Camino Largo se celebró a media tarde del sábado, nueve, un paseo amenizado por dos bandas de música, a la vez que tenían lugar los populares concursos de carreras de burros, de sacos y de cucañas. Por la noche, el teatro Leal fue escenario del baile "blanco y rosa". Al pie de la torre de la Concepción se concentraron en la mañana del domingo los consejos y tropas de los Exploradores de la capital tinerfeña, el Puerto de la Cruz, La Orotava y San Cristóbal de La Laguna y la tropa y camilleros de Cruz Roja local, en una misa de campaña multitudinaria. A primera hora de la tarde comenzó el concurso hípico regional, en el que se disputaron, entre otros, los premios en metálico del ministro de la Guerra y del Círculo Mercantil lagunero, así como diversos objetos donados por los Ayuntamientos de Santa Cruz y La Laguna y varias entidades locales. La jornada culminó con una verbena en la plaza del Adelantado, engalanada para la ocasión. Los actos del día once se circunscribieron a un concurso de carrozas en la plaza de la Catedral, batalla de flores, serpentinas y confetis y, por la noche, retreta cívico-militar. El descendimiento de la imagen del Santísimo Cristo fue el día doce, por la mañana. Por la tarde, carrera de cintas en automóviles y, por la noche, la fiesta de arte del Ateneo, con el canónigo don Santiago Beyro como mantenedor. En la víspera, además de carrera de cintas a caballo en la plaza del Cristo, la verbena tradicional y los fuegos de San Roque, se celebró en el teatro Leal la primera de las dos grandes luchadas de las fiestas. A la función religiosa del día catorce en la Catedral asistió el capitán general de Canarias como delegado regio. La segunda gran luchada, en el mismo recinto que la anterior, volvió a enfrentar a veinticinco luchadores de Fuerteventura y Lanzarote con otros tantos de Tenerife, encabezados estos por Juan Capitán y el mítico "Angelito". La procesión salió a las cinco y media de la tarde y regresó al santuario ya cerrada la noche; momento en que ardieron los fuegos del Risco, los Portales y la Entrada, la conocida entre las gentes como "fiesta de la pirotecnia". También se celebró la octava, el 21, con procesión de la imagen alrededor de la plaza y quema de los "fuegos de promesas". Todavía hubo la tarde del 24 un concurso de resistencia a caballo y, como culminación de los festejos, el 28 y el 29 se honró a San Miguel con varios actos, sin que faltara el clásico paseo de las tres.
Con mucha más imaginación que medios económicos, en un ambiente de depresión generalizada por el sesgo de la gran guerra europea, que se encontraba en su ecuador y parecía complicarse por días -Italia y Rumanía acababan de sumarse al conflicto- y el archipiélago canario sufriendo como ninguna otra región del país sus devastadores efectos, el pequeño grupo de laguneros encabezado por Cabrera Núñez se empeñó en hacerle frente a la dramática situación y tuvo el coraje de organizar los festejos de 1916 con voluntad de que fueran vividos por el pueblo en los principales escenarios ciudadanos; unas fiestas sencillas y a la vez brillantes, muy de la época, populares, que ofrecieron por unos días sosiego, alegría y animación a los laguneros y a los muchos visitantes que volvieron a sentirse atraídos por la devoción a su Cristo y el sortilegio de la ciudad.
Ahora que se cumple un siglo, merece ser recordada esta modesta página de la historia de San Cristóbal de La Laguna, que desprende aromas de solidaridad y de civismo, como también lo merecen quienes supieron escribirla con caracteres firmes, claros y generosos.