La visita del rey Alfonso XIII a La Laguna, según Ramón Ascanio y León, motivó una gran corriente de simpatías y un profundo deseo de que el monarca volviera otra vez a la ciudad, como se le hizo constar en un escrito que le entregó el alcalde Reyes Vega.
El año de 1906 siempre será recordado por la visita que hizo a la ciudad el rey Alfonso XIII, acontecimiento que vamos a conocer hoy según los recuerdos e impresiones que Ramón Ascanio y León plasmó en un diminuto libro editado en la imprenta de Alvarez.
A Ramón Ascanio le cautivó mucho la visita real: «Aún me parece ver los sombreros agitarse en el aire. Aún se me representa como en sueños la faz agradable del rey y la dulce sonrisa de los infantes. Ha quedado en los corazones algo como de tristeza, como de nostalgia de un bien perdido. Fue tan rápido su viaje. Dejó tras sí tal corriente de simpatías».
La última ovación que presenció el señor Ascanio en aguas de Tenerife hacia el monarca, se debió a varias señoritas laguneras que, en bote, se dirigieron al vapor Alfonso XII, rodeándole y prorrumpiendo en vivas entusiastas.
El día antes de la visita de Alfonso XIII a La Laguna, los trabajos estaban muy atrasados: los arcos a medio levantar, los gallardetes sin repartir, y las fachadas de los edificios sin adornar. Y por si fuera poco, el viento soplaba con fuerza y la lluvia caía de vez en cuando.
Al final, el pueblo trabajó sin descanso durante toda la noche, y al amanecer el día triunfal todo estaba a punto. Muy elogiable fue la entrega de los trabajadores de la Sociedad Católica de Obreros, al colocar con gran peligro, a la luz de las linternas, la corona de un arco de herramientas dedicado al rey. Los comerciantes levantaron un arco de musgo a la entrada de la ciudad, y los alumnos del instituto prepararon festones para un arco muy elegante y confeccionaron una alfombra dé flores.
A las nueve de la mañana del día 27 de marzo de 1906, desde lo más alto de San Roque, un cañón anunció la proximidad del soberano.
Ascanio describe cómo fue el regreso de la excursión a San Diego, con un pueblo agolpado a ambos lados de la carretera y corriendo en dirección a la ciudad al paso del choche regio. Los hombres agitaron sus sombreros y las mujeres sus pañuelos, mientras que los niños fueron los encargados de arrojar flores silvestres al paso del rey, quien, apoyado en la capota del coche, casi en pie, saludaba a uno y otro lado y sonreía satisfecho.
Flores y palomas
Al pasar el rey por el centro de La Laguna, de las ventanas tiraron flores y soltaron palomas, mientras que los vítores eran una constante. Al llegar a la plaza de San Cristóbal, Alfonso XIII se bajó del coche y se subió al tranvía. El pueblo no se cansaba de mostrarle su cariño, y el rey, apunta Ramón Ascanio, «estuvo largo rato, casi inmóvil, contemplando aquella manifestación entusiasta».
Al visitar La Orotava, el día 28, el pueblo se había concentrado en la Cruz de Piedra, aclamando al rey, que no se detuvo, por el retraso sufrido en el viaje. El tranvía avanzó cuesta arriba con la bandera de España flameando en lo alto.
Para la visita del rey se repartieron bengalas entre los ciudadanos y en la plaza de San Cristóbal se procuró imitar en lo posible algo de la célebre Entrada del Cristo.
Accediendo a los deseos del pueblo, Ramón Ascanio escribió una carta que el alcalde entregó al rey, y en la que, entre otras cosas, se mostraba al monarca el deseo de que volviera a visitar la histórica , ciudad.
Al regreso del viaje de La Orotava, el público se aglomeró en la plaza de la Antigua. Cuando se aproximó el rey, estallaron miles de cohetes, en el aire, las campanas se echaron al vuelo y una luz rojiza, de una bengala encendida en lo alto de la iglesia de la Concepción, iluminó la plaza, mientras avanzaba lentamente el coche real. El alcalde Reyes Vega lo saludó.
Ramón Ascanio siempre tuvo presente la bondad, la delicadeza y la dulzura del rey hacia los ciudadanos, y la alegría que desbordó al pueblo lagunero.