Las fiestas del Cristo han vinculado siempre al Ateneo lagunero con esa solemnidad en un septiembre otoñal y doliente, si hacemos del verso rubeniano lírica peana para la sacra efigie del Crucificado.
Las fiestas de Arte del Ateneo, con una aportación de gran relevancia cultural y, hasta política, en momentos de trascendencia nacional, han sabido esmaltar a la ilustre ciudad de una dorada pátina de intelectualidad, desde su fundación, en 1904, por una pléyade de jóvenes inquietos de la época, que, como escribiera uno de ellos, Domingo Cabrera Cruz, quisieron renovar el ambiente pacato y mortecino de su tiempo y edificar un baluarte afín a los aires del novecentismo reformista, una empresa cultural de alto bordo que en toda la nación exigía una conciencia de renacimiento después de la postración y el desánimo del desastre del 98.
Y estos nombres significativos, como Benito Pérez Armas, Domingo J. Manrique, José Hernández Amador y tantos otros, como las rebeldías filosóficas de Arocha Guillama, con el seudónimo de "Ramiro", que costaban algún disgusto judicial a los señores de la directiva, supieron abrir una brecha, rompiendo el cansino aburrimiento de los días opacos velados por las grises nieblas de Aguere, para una sintonía de Tenerife con las realidades culturales y socio-políticas de su tiempo.
Una teoría de mantenedores, como se decía en el lenguaje de antes, que dejaban una estela de bien decir, en su oratoria, muchas veces de preocupada atención a los problemas nacionales del momento. Una galería de figuras importantes, de los que recordamos a Adrián Gual, renovador del teatro catalán desde una órbita culturalista; Luis de Zulueta, en una eficaz pedagogía de la voluntad hispana, hasta el mismo Niceto Alcalá-Zamora y Torres, en aquella Fiesta del Romanticismo, de septiembre de 1930, en vísperas ya de la República, cambiada la casaca ministerial monárquica impulsado por su enemiga la dictadura de Primo de Rivera, después de su conversión republicana en abril del mismo año, en su discurso del teatro "Apolo", de Valencia.
Una actitud que le llevó a la Jefatura del Estado, pero con su intento frustrado de acaudillar una derecha republicana que no pudo contar con el apoyo de una burguesía aferrada a un conservadurismo más estricto y desconfiado, que apenas dió cancha al brillante tribuno cordobés, y que no quiso salir de la convencional alianza Lerroux-Gil Robles en una matizada actitud de centro-derecha.
Otros mantenedores importantes, como Eugenio d'Ors, y el desconsuelo de la figura prócer de Gregorio Marañón, que no pudo dejar oír su voz de comprensiva inteligencia y fervor humanista, por el grave suceso de nuestra contienda civil, que le alejó de la celebración tradicional en septiembre del mismo 36.
Los Juegos Florales, emanación cultural de los de la Reanisenla catalana, con el recuerdo de un gran paisano nuestro, Ángel Guimerá y Jorge, en los fastos poéticos de aquella literatura hermana. También ahí el Ateneo pone su brillante contribución, una tradición ahora desvanecida por los nuevos vientos que han de saber edificar valientemente una postura válida, haciendo acopio de imaginación y originalidad, sin quedarse en la mera dubitación crítica.
Sirvió también como club de orientación y debate, a semejanza de actividades posteriores, como esos clubes franceses que modelaron opinión en los años cincuenta, de Mendes France y Mitterrand, como una salida del gaullismo. Fue muy relevante el ciclo de conferencias entre diciembre de 1917 y enero o febrero de 1918, sobre "Renovación de la política insular", en un Ateneo presidido a la sazón por Domingo Cabrera Cruz, en un momento de grave crisis nacional, y cuando empezaban a surgir en nuestra burguesía corrientes regionalistas que venían principalmente de la posición predominante en la política española de Francisco Cambó, en una curiosa anticipación de nuestro actual momento de pujolismo catalanista.
La conferencia inaugural el 23 de diciembre de 1917 fue pronunciada por Luis Rodríguez Figueroa. Como afirma Marcos Guimerá en su completísimo "Pleito Insular", Cabrera Cruz aclaró haber invitado a los jefes de nuestros partidos políticos, desde "los directores de las izquierdas más radicales hasta las más tradicionales derechas". Rodríguez Figueroa, en su análisis, partió de 1854, con la figura de Feliciano Pérez Zamora, "hombre de gran olfato político". Un periodo, éste, de Pérez Zamora, prohombre del Puerto de la Cruz, que dura de 28 a 30 años. Una política de meros negocios, que echa raíces con don Juan Cumella, que, allá por 1872 ó 1874, se alinea junto a Pérez Zamora, en una política que Rodríguez Figueroa califica de "mercantil". Parece que estamos viendo los tiempos actuales, en una curiosa prefiguración histórica.
La segunda conferencia, que iba a estar a cargo de don Andrés Arroyo, no se celebró, pues rehusó pronunciarla, quizá debido al matiz de violencia que adquirió la conferencia anterior. En 1918 se pronunció la tercera disertación a cargo del periodista don Policarpo Niebla González, director del diario liberal "La Opinión", afecto a la política de Pérez Armas. Fue una diatriba sobre "el eterno pleito, la inacabada e inacabable cuestión entre Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife, por la posesión de la capitalidad regional".
Otro capítulo importante de la historia del Ateneo corresponde a sus Fiestas de Arte. La celebración, por primera vez en Canarias, el 12 de octubre de 1918, de la Fiesta de la Raza, que organiza el Ateneo de La Laguna. Fiestas de Arte debidas a la iniciativa cultural de Domingo Cabrera Cruz. El año siguiente, 1919, la Fiesta de los Menceyes, de exaltación de nuestro reyes indígenas y las tradiciones aborígenes, con una amplia partici-pación de poetas y prosistas. Diego Crosa, J. M. Benítez Toledo, Guillermo Perera Álvarez, José Tabares Bartlet, Domingo J. Manrique, José Hernández Amador, Manuel Verdugo, Ramón Gil-Roldán y Leoncio Rodríguez.
La Fiesta de las Hespérides, con la aportación excelsa de Tomás Morales, en su Himno al Volcán, grancanario que exalta al "Pico de Tenerife", titán medievo de azul loriga...".
El Ateneo ha de estar ahora presente en esa agenda cultural de nuestro tiempo, con toda su diversidad, pero desterrando de nosotros el aburrimiento y la rutina, que podría entumecer su actividad. Una proyección cultural a todo el Archipiélago y unificar espiritualmente la personalidad bifronte de Santa Cruz y La Laguna, almas diversas, pero que han de encontrarse por vía de superación en una identidad más amplia.
Un ejemplo de esta ciudadanía común lo tenemos en Juan Pérez Delgado, "Nijota", vecino, como él nos dice, de la Villa de Arriba, de la Concepción, pasteles y villancicos de la Navidad, rondeles, "Lo Divino", y comprensivo analista del alma liberal, en su cotidianidad costumbrista, de Santa Cruz. Vivos cuadros de las mujeres del Toscal y de Los Llanos, de los barrios clásicos, "que saben hablar de Democracia y Solidaridad". Como Los Sabandeños, fabricando un nuevo concepto de la canariedad, músicas y cantos que afinan el espíritu, y, de manera espontánea, crean una nueva sensibilidad renovadora en el subsconciente de nuestras más íntimas aspiraciones.