OBRA DE TODOS
Si el Adelantado, como parece están conformes todos los historiadores, concibió idealmente la ciudad que iba a ser cabeza de las tierras recién conquistadas, no cabe duda que la pervivencia de su genial proyecto se debe al Consejo de la isla. Desde los primeros años del siglo XVI, una y otra vez, se deja al descubierto en las Actas la preocupación del Cabildo por el futuro de la ciudad. Frecuentes normas nacen, a lo largo de las tres primeras centurias, tendentes todas a hacer de La Laguna la ciudad del Archipiélago. Su perímetro bien ceñido, fundidos pronto en una unidad orgánica los dos barrios o villas primitivas, se ofrece como una realización perfecta, capaz de atravesar los años sin necesidad de reformas urbanas. Las calles de La Laguna acaso son el primer atractivo de quienes penetran en su sereno ámbito. Calles largas como el ensueño, que dijo Unamuno. Calles cantadas por todos los poetas que han dejado volar su Musa, aunque sea unos instantes, sobre la ciudad. Calles rectas, pero sin la dura rigidez de lo geométrico. Calles espaciosas, aunque propicias a la intimidad. Calles despejadas y llanas.
Cuatrocientos setenta años apenas cuentan normalmente en la biografía de cualquier ciudad. Los mismos años, en La Laguna, han logrado el prodigio de su madurez, el milagro de una personalidad muy acusada, donde parece primar, como factor básico, lo que se ha definido como densidad de la historia.
Es posible que pueda entenderse todo si nos adentramos por sus arterias, y buscamos salida. Tras las viejas casonas, los templos, los palacios, las man-siones señoriales, nos encontramos muy cerca con el arado y el tractor y a pocos pasos de las fábricas y de los complejos industriales. Eso es La Laguna: síntesis.
Eliseo Izquierdo
(El Día, 27 de julio de 1966)
NOTICIAS DE LA SANTÍSIMA IMAGEN DEL CRISTO DE LA LAGUNA
La llegada de la imagen del Santísimo Cristo de La Laguna a la isla de Tenerife y las circunstancias en las que se produjo siguen sin determinarse con exactitud.
Si no se tiene en cuenta un texto perdido del P. Bartolomé de Casanova, de 1590, del que hay noticia por fray Alonso de Espinosa, es este dominico el primero que habla de la imagen en su obra Del origen y milagros de la Santa Imagen de nuestra Señora de Candelaria... (Sevilla 1594). Dice, en resumen, que después de la conquista de Tenerife, Fernández de Lugo se trasladó a la Península con varios de los suyos, y, estando en Barcelona, donde trataba de reunir dineros para regresar a Canarias, se encontró con un joven de negocios con el que acordó un préstamo, a devolver en la isla. Esto se producía al tiempo de la llegada al puerto de la Ciudad Condal de una embarcación procedente de Venecia, cuyo capitán traía en la nave dos crucificados, de tres que había adquirido allí. Uno de los acompañantes de Lugo, el conquistador Juan Benítez, se interesó por la adquisición de una de las imágenes, y la consiguió por setenta ducados. Desde Barcelona el Cristo fue enviado a Cádiz, donde lo embarcaron rumbo a la isla. No da fecha de cuándo se produjo el encuentro, ni del trato de Juan Benítez con el capitán y mercader, como tampoco de la salida del puerto gaditano hacia Tenerife.
A principios del siglo XVII, el franciscano Luis de Quirós recopila una serie de testimonios relaciona-dos con hechos extraordinarios atribuidos a la venerada imagen, que publica en el libro Milagros del Stmo. Cristo de La Laguna (1612). Quirós recoge dos versiones sobre la llegada de la imagen a la isla. Según la primera, a donde arriba el navío procedente de Venecia con un Crucificado no es a Barcelona sino al puerto de Santa Cruz. Al tener noticia el Adelantado, envía a algunos de los conquistadores con el fin de adquirir la escultura, lo que consiguen por la cantidad antedicha. Quirós introduce además un hecho sobrenatural: al ajustar la compra, los enviados de Fernández de Lugo, que no llevaban sino treinta ducados, comprueban que tienen setenta, la cifra exacta que les piden por la imagen.
La otra versión refiere que Lugo, deseoso de adquirir un Crucificado para darle culto en San Cristóbal de La Laguna, decide enviar un emisario a la Península, y que éste, en el camino hacia el puerto de Santa Cruz, se cruza con dos hombres a los que cuenta el motivo del viaje que iba a emprender. Ellos le dicen entonces que no es necesario que embarque, pues en su navío surto en el puerto traen precisamente una imagen de Jesús crucificado. Trasladados hasta el buque, el emisario se hace cargo de la efigie y la lleva a La Laguna para mostrarla a Fernández de Lugo, quien queda admirado de su belleza y decide adquirirla. Pero al volver el emisario a Santa Cruz para ajustar el pago —y aquí entra lo prodigioso— el buque y los misteriosos personajes habían desaparecido, sin que nadie pudiera dar cuenta ni de la embarcación ni de ellos.
Núñez de la Peña, en un manuscrito que se conserva en la Biblioteca de la Universidad de La Laguna, da como fecha de la llegada de la imagen a la isla el año 1498 y, en su libro Conquista y Antigüedades... (Madrid, 1676), comenta las diferentes versiones que habían circulado hasta entonces, de las que se inclina por dar como "más cierta" la segunda de las dos de Luis de Quirós.
Marín y Cubas, por su parte, en su conocida Historia.. de 1864, aporta dos nuevas versiones, una en la que hace proceder la imagen de Tierra Santa cuando el Saladino cojió Hierusalem, aunque era originaria de Francia y del año 900, y que el Adelantado la encontró en Saltas o Rusellón; otra, según la cual el duque de Medina Sidonia la tenía en su ermita de la Vera Cruz de Sanlúcar de Barrameda, traída del Santo monte Sion, de donde la envió a los franciscanos de La Laguna.
Viera y Clavijo, en el siglo XVIII, se refiere en sus Noticias de la Historia General de las Islas de Canaria (Madrid, 1783) al modo maravilloso con que obtuvo el Adelantado tan admirable prenda y, sin entrar a valorar las tres versiones más antiguas y extendidas, afirma —da la impresión que con un sutil punto de ironía— que, fuera la que fuese, siempre proveyó el Cielo de modo que costase poco, o ningún dinero.
Los trabajos posteriores, de los siglos XIX y XX (Argibay, Rodríguez Moure, Bonnet Reverón, etc) hasta los años ochenta, no aportan nada nuevo y, en algunos casos, hasta introducen elementos de confusión. El marqués de Lozoya, en 1944, opina que la imagen procede de taller sevillano del gótico tardío y atribuye la autoría al maestro Jorge Fernández, aunque con posterioridad rectifica y asegura que se trata de una pieza de origen castellano de la segunda mitad del siglo XV El profesor Juan José Martín González, en 1964, descarta la tesis del origen sevillano sostenida por López Contreras. Y el profesor Yarza Luaces alude por primera vez de manera clara al casi seguro origen nórdico del Crucificado, en su Historia del Arte Hispánico, en 1980; opinión que comparte inmediatamente el profesor Hernández Perera (1982).
A partir de ahí, los pasos para filiar la procedencia del Cristo de La Laguna han sido importantes. En 1944, la profesora Constanza Negrín Delgado, especialista en arte flamenco, estudia con detenimiento diversos modelos escultóricos de la estatuaria cristológica de los Países Bajos meridionales en las postrimerías del siglo XV y comienzos del XVI, y concluye que se trata de una obra de procedencia brabanzona. En su trabajo se detiene también en las características del perizonium o paño de pureza de la imagen, y analiza tanto los aspectos formales como las letras que se encuentran en las fimbrias del mismo. Estas inscripciones, de las que Eliseo Izquierdo había dado a conocer en 1947 la interpretación que le merecieron al obispo Bartolomé García Jiménez, han sido desde entonces objeto de atención de los investigadores, para tratar de descifrar su misterioso contenido.
Recientemente, el profesor Francisco Galante, en su trabajo El Cristo de La Laguna. Un asesinato, una escultura y un grabado, publicado en 1999, apoyándose precisamente en las aludidas inscripciones, aventura que en una escocia formada por los pliegues del nudo del perizonium se encuentra el nombre del autor y la fecha en que esculpió la sagrada efigie. Según Galante, la lectura del breve frag-mento sería "Piadosamente la hizo L[ouis] Der Vule (Uule?) [M]VXIIII" [1514]. Pero en la nomenclatura del arte flamenco de finales del XV y de principios del XVI no aparece registrado este supuesto artista, y la peculiaridad del trabajo en los talleres braban-zones de la época hace pensar que, de ser cierta la interpretación que propone Francisco Galante, sería este el único caso conocido hasta ahora en que un escultor flamenco de aquella época firma su obra.
I.