Hoy no saldrá en procesión, como cada catorce de septiembre, la imagen del Santísimo Cristo. Será un catorce de septiembre diferente, señalado para muchos por la incertidumbre, las añoranzas o la tristeza. Como ninguna otra, las fiestas patronales convocan al reencuentro ciudadano, a renovar afectos, a remozar amistades o reavivar querencias; a compartir alegrías, recuerdos y penas. Y las de septiembre, sin ser el Cristo de La Laguna el patrono oficial de la ciudad, son, para los laguneros y para numerosísimos canarios, las fiestas más emotivamente acendradas.
Desde hace más de cuatrocientos años, esta procesión ha recorrido, pero no de forma ininterrumpida, las principales calles de San Cristóbal de La Laguna. Con anterioridad, cuando se inició en el siglo XVI, sólo podía "dar una vuelta hacia la ciudad por el egido (sic), sin entrar en la dicha çiudad". Su itinerario se limitaba a los aledaños de la dehesa cercana a la laguna de aguas estacionales.
La veneración creciente al Cristo de San Francisco y el atractivo de unos festejos en pleno campo no tardaron en congregar devotos en tanta cantidad que llegó un momento en que se hacía imposible mantener el recorrido "con la decençia que conviene" (...), "por ser el espacio poco y la gente mucha". Se decidió entonces cambiar la ruta procesional. Entre los vecinos más influyentes y numerosos clérigos comenzaron las negociaciones, que culminaron con la firma, el 12 de septiembre de 1607, de una concordia que permitía que la sagrada imagen recorriera las principales calles de la entonces capital de la isla de Tenerife. Del momento histórico en que lo hacía por primera vez se cumplen en esta fecha 413 años.
Sin embargo, en todo este tiempo, más de una vez no se ha celebrado. Esta de hoy no es la primera. La voluble meteorología lagunera, pero también algunos acontecimientos sociales y políticos, lo han impedido. No hay constancia puntual de todas. Las únicas se las debemos a la curiosidad de nuestros memorialistas. Estos son tres de sus testimonios:
El regidor Anchieta y Alarcón registró en su Diario (ed. Daniel G. Pulido, 2011) que en 1744 no hubo procesión "porque llovió", y hace además una precisión interesante: "es el primer día de este año que llueve [con] tiempo de arriba, aunque poco". Para una comunidad eminentemente agrícola, como era la de San Cristóbal de La Laguna, el ciclo agrario anual comenzaba en septiembre con la preparación de la tierra y la siembra, lo que explica que para muchos laguneros este mes haya sido secularmente, y todavía sea, el parámetro peculiar de sus quehaceres: antes o después del Cristo.
El mismo memorialista anota en 1752 que "volviendo el calor que hace (...) hizo gran sol, que no podía salir la procesión pero, de repente, toldó [se nubló]". Eran señales de tormenta, porque, según apuntó, desde la madrugada se metió mucho calor, abundaron los truenos y relámpagos "hacia Candelaria" y cayó agua del sur.
Un siglo más tarde, otro memorialista lagunero, don José Olivera y Acosta, cáustico en el decir y en el mirar, hace este jugoso comentario en 1859, en su Álbum, 1858 - 1862 (Instituto de Estudios Canarios, 1969): "Hemos presenciado este año lo que nuestros antepasados no habrán visto tal vez desde la conquista de esta isla: la fiesta del Cristo de La Laguna posterior a la de Tacoronte. ¿Cómo puede ser esto? Pues sí, señor, fue tal lo que llovió el día 14 y en los días siguientes (...) que fue necesario transferir la fiesta para el día octavo, verificando en este todo lo que debía hacerse el día propio: los mismos ventorrillos, el mismo patio, la misma procesión por las mismas calles acostumbradas, los mismos fuegos artificiales, porque si no, el mismo que todo esto dispuso, que lo fue el mismo P[adre] Argibay, que ha dirigido esta fiesta de algunos años a esta parte, hubiera mal parecido si se hubiera dejado de hacer como mismo debía hacerse el mismo día de la misma fiesta".
Los avatares del siglo XIX -exclaustración de los religiosos, desamortización, estrategias de la Esclavitud para salvar de la garras de los desamortizadores el retablo y el trono del Señor, recuperación de la fiesta por el citado fraile Argibay, etc-, que impidieron hubiera procesión, rebasan los límites de esta crónica, así como las del siglo XX en que no hubo o se retrasó, cuánto y porqué. Han sido, junto a las comentadas, interrupciones puntuales en la larga cadena de una tradición que se mantiene viva, un episodio que todos ansiamos sea el próximo año un más del pasado.
(*) Cronista Oficial de San Cristóbal de La Laguna