En la tarde noche del 25 de enero de 2008 y dentro de los actos conmemorarivos de la concesión del título de Pontificia, la Esclavitud del Stmo. Cristo de La Laguna ha presentado en el Salón de Actos del Ateneo de La Laguna, la reedición del libro " El Cristo de La Laguna y su Santuario" de Pedro de Tarquis. En la presidencia de la presentación estaban presentes el Esclavo Mayor D. Emilio LaRoche Machado, D. Carlos Rodríguez Morales, Dr. en Historia del Arte y Dª Margarita Rodríz González, Catedrática de Historia de la Universidad de La Laguna.
En la presentación el Dr. D. Carlos Rodriguez Morales en su presentación dijo lo siguiente:
El Cristo de La Laguna, su culto y el convento franciscano en el que se venera desde el siglo XVI han sido objeto de centenaria atención historiográfica, desde que en 1594 el dominico fray Alonso de Espinosa incluyera en su Historia de la Candelaria un capítulo dedicado a una imagen de un Cristo muy devoto que está en esta isla; unos años después, en 1512, fue el provincial franciscano fray Luis de Quirós quien dio a la imprenta en Zaragoza un libro dedicado fundamentalmente a dar cuenta de los milagros obrados por el Santo Crucifijo de San Miguel de las Victorias. Tras ellos, otros autores canarios como Núñez de la Peña, Marín de Cubas o Viera y Clavijo se refirieron a la imagen, a las diversas tradiciones sobre su origen y a la actividad de su Cofradía y de su Esclavitud, subrayando así la relevancia del Crucificado y su temprana estimación por la sociedad isleña.
Lejos de mitigarse con el paso del tiempo, la atracción ejercida por estos temas sobre los estudiosos se mantuvo durante los siglos XIX y XX; y aún hoy, animada por una devoción casi intacta y por los retos que, como obra de arte y como reliquia histórica, presenta todavía esta imagen para quienes ––especialistas o no–– se interesan por el pasado de las Islas, particularmente por el de la ciudad de San Cristóbal de La Laguna. En este contexto ha de valorarse la serie de artículos periodísticos publicados por Pedro Tarquis [Santa Cruz de Tenerife, 1886-1985] en el diario La Tarde de su ciudad natal, y que se presentan ahora compilados bajo el título El Cristo de La Laguna y su santuario, por iniciativa de su Pontificia, Real y Venerable Esclavitud a propuesta de Carlos Gaviño de Franchy. Se trata de setenta y un trabajos que vieron la luz con el encabezamiento general de Santuario del Cristo de La Laguna entre septiembre de 1961 y agosto de 1964, a los que se ha sumado otro de tono literario titulado Fiestas del Cristo de La Laguna. Fantasías sobre su viejo santuario, publicado en dos partes en el mismo diario en septiembre de 1966 y reeditado dentro del volumen Riqueza artística de los templos de Tenerife, su historia y fiestas, en 1968.
El libro tiene así una primera finalidad, la de presentar a los lectores unos textos que, por estar dispersos, han visto limitada su difusión. Ahora recuperan la entidad que tuvieron para su autor, pues los concibió como pequeñas entregas de un solo trabajo. Pero, naturalmente, en el tiempo transcurrido desde entonces, los investigadores ––incluido el propio Pedro Tarquis–– siguieron y siguen publicando estudios relativos al Cristo de La Laguna, a su primitivo santuario y a otros aspectos relacionados, aunque sea de forma tangencial, con el tema de estos artículos. Por este motivo ha parecido conveniente darlos ahora a la imprenta precedidos de esta breve introducción y acompañados de notas al pie, con el objeto de contextualizar, precisar y actualizar al menos en parte sus contenidos
Aunque resulta algo confusa, se ha respetado la secuencia y la estructura de la obra, quedando clara para quien la consulte la referencia cronológica de cada una de las entregas. A grandes rasgos, una primera parte está dedicada a la historia arquitectónica del convento y de su templo ––abordando también el ornato de sus capillas y altares––, para concluir con el estudio de la escultura del Cristo y de la historia de su Cofradía y de su Esclavitud. Esta edición viene a engrosar el catálogo bibliográfico de Pedro Tarquis, autor de más de mil quinientos artículos publicados en la prensa local, sobre todo en los rotativos La Prensa y La Tarde de Santa Cruz de Tenerife; él mismo tuvo la iniciativa de reunir trabajos dispersos con un tema común que dieron lugar a libros como Retazos históricos de Santa Cruz de Tenerife. Siglos XV al XIX [1973], la tercera y la cuarta serie de Tradiciones Canarias [1974, 1977] o el ya mencionado Riqueza artística de los templos de Tenerife, su historia y fiestas [1968]. Otros proyectos quedaron sin cumplirse, y póstumamente se ha dado a la imprenta Desarrollo del Museo Municipal de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife [2001], a cuya introducción, redactada por Ana Luisa González Reimers IV, remitimos a quienes quieran acercarse a la figura de este escritor, cuya producción bibliográfica resulta proporcional a su longevidad y a su interés por la historia.
Justo es reconocer a Pedro Tarquis su entusiasmo investigador, su constante rastreo de fuentes y la atención prestada a las publicaciones de otros autores, materiales con los que construyó esta serie de artículos. En cuanto a los documentos, se valió de referencias notariales y, sobre todo, de los dos libros de inventarios del convento de San Miguel de las Victorias, que había examinado inicialmente en el archivo de la Delegación de Hacienda y que desde 1955 se conservan en el Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife. Se trata de dos volúmenes que compilan los inventarios preparados por los frailes de La Laguna entre 1640 y 1766 para presentarlos en los capítulos provinciales e intermedios, celebrados periódicamente por la Orden en las Islas.
El autor recurrió también a los valiosos Apuntes de José Antonio de Anchieta y Alarcón, que consultó en la Biblioteca Provincial ––ahora en la Biblioteca General de la Universidad de La Laguna–– y en la Biblioteca de Ossuna, cuyos fondos están depositados en la actualidad en el Archivo Municipal de La Laguna. En el campo bibliográfico Tarquis tuvo en cuenta a autores antiguos, como Juan Núñez de la Peña, Tomás Arias Marín de Cubas y José de Viera y Clavijo, y a investigadores coetáneos: José Rodríguez Moure, Buenaventura Bonnet y Reverón, Dacio V. Darias y Padrón, Sebastián Padrón Acosta o Antonio Rumeu de Armas.En la medida de mis posibilidades, he tratado de revisar las informaciones manuscritas y editadas empleadas por el autor con el propósito de anotar convenientemente sus referencias, ya que los artículos publicados en la prensa carecían de notas. En algunos casos Tarquis indicó con precisión su procedencia pero en otros ésta no resulta explícita, lo que me ha obligado a una indagación más minuciosa. En los casos en los que he localizado de nuevo las citas textuales, opté por respetar la grafía original ––aunque normalizando la puntuación y el uso de mayúsculas–– y por corregir algunos descuidos de transcripción o adiciones injustificadas, indicándolo siempre en nota al pie. En la fase de edición, además, se han subsanado algunas erratas y defectos de estilo, justificables por las dificultades que antes presentaba el proceso de publicación en la prensa. Paralelamente, he enriquecido el texto con aclaraciones y anotaciones que remiten a Bibliografía posterior a la publicación de los artículos, con la finalidad de poner al día sus contenidos, de forma que su lectura ––valorada, como es justo, en su momento–– tenga también ahora nuevo interés.
En este sentido, la historia y la imagen del Santísimo Cristo de La Laguna son los temas que, por encima de cualquier otro, han despertado desde entonces una mayor atención. Su procedencia, su filiación artística y, en última instancia, la autoría de la efigie han sido objeto a lo largo de los siglos de leyendas, hipótesis y propuestas diversas, hasta el punto de que todavía hoy estos aspectos admiten nuevos estudios y revisiones. Dejando al margen los relatos tradicionales ––recogidos por diversos autores a partir de los años finales del Quinientos, y de los que Tarquis se ocupa en estos artículos––, dos han sido las grandes propuestas de catalogación de la imagen del Señor. Durante años se aceptó su factura española y en particular sevillana, sustentada precisamente en una de las versiones sobre su llegada que pretende su presencia previa en la ermita de la Vera Cruz de Sanlúcar de Barrameda, cuyo patrono, el duque de Medina Sidonia, lo habría donado tras la conquista al convento isleño. Tarquis se hace eco de las valoraciones en este sentido expresadas por Buenaventura Bonnet y por el marqués de Lozoya, a las que siguieron otras . Pero sin descartar esta vía andaluza, Tarquis avanza ––y contradice–– la opción que ahora se acepta, al manifestar que el Cristo de La Laguna no tiene influencias de Flandes o del Norte.
En efecto, en las dos últimas décadas del pasado siglo algunos especialistas quebraron la opinión generalizada y apuntaron la posibilidad del origen nórdico de la talla, apreciaciones que se han concretado en su atribución a algún taller de Amberes [ca. 1500-1510] propuesta por la profesora Negrín Delgado; y en su asignación a un artista desconocido ––identificado como Louis van der Vule–– por el profesor Galante Gómez, basándose en la interpretación de parte de las inscripciones alojadas en el paño de pudor del Crucificado que señalarían 1514 como año de su realización. En su estudio, Galante también dio a conocer una información de nobleza de Jacinto Domenech Benítez y Valera, inserta en un protocolo notarial custodiado en el Archivo Histórico Provincial de Las Palmas, en la que se asume una de las versiones que vincula la presencia de la imagen del Cristo al conquistador Juan Benítez, cuarto abuelo de Domenech. Este documento incluye además una estampa [1677] del madrileño Gregorio Fosman, un verdadero retrato del Señor de La Laguna en su recién estrenado nicho de plata, cuyo descubrimiento supuso una valiosa aportación.
En otra línea, el investigador Lorenzo Santana ha publicado dos artículos tras rastrear detenidamente la documentación notarial y concejil de La Laguna; en uno de ellos propone una sugerente hipótesis sobre el origen del Cristo: el nombre del mercader flamenco Juan de Wilte podría haber acabado por confundirse con el de Juan Benítez. De Wilte, fallecido en 1543 en La Laguna, dispuso ser sepultado en el monasterio franciscano, donde también quiso que se pusiera en la pared un retablo. Esta posibilidad ––que demanda, como reconoce el autor, un mayor soporte documental–– no encaja fácilmente con la cronología supuesta para la imagen, más cercana al comienzo del siglo. Más sólidas resultan sus consideraciones sobre el inicio de la devoción profesada al Señor, que las noticias de archivo retrasan hasta el último tercio del Quinientos, y en cuya promoción parece haber sido determinante la labor de los regidores de la Isla.
Así, en lo que se refiere al conocimiento documental sobre cuándo y por iniciativa de quién o quiénes arribó el Cristo a Tenerife puede, con matices, mantenerse lo que escribió Dámaso Quesada y Chaves a finales del siglo XVIII: sólo ai tradición y nada auténtico. En efecto, otra cuestión sujeta a cierta polémica es la fecha exacta de su llegada; José Rodríguez Moure se refirió en dos publicaciones a este particular, señalando en una el año de 1510 y en otra el de 1520. En ambas remitió a unas notas manuscritas de un cronista, aparentemente Núñez de la Peña, por el conocimiento que supone de los protocolos de las escribanías de La Laguna en el siglo XVI; al basarse en la misma fuente, pienso que 1510 es una errata de la edición, por 1520. El documento al que se refirió se conserva en el archivo de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife y constituye un resumen de diversos acontecimientos sucedidos en la isla de Tenerife desde antes de la conquista hasta 1662, ordenados cronológicamente; por esto llama la atención que entre la anotación refrida a 1534 y la de 1581 figure otra que rompe la secuencia: 1520. El año de 1520 trujeron el [Sa]nto Chrispto [de] San Francisco el Adelantado don Alonso de Lugo y Juan Benítez mercaron la echura, en seten[ta] ducados en Barzelona que traían tres hechuras del Gran Cayo [sic] y Tierra Santa.
Pero lo que más sorprende es que el año que ahora vemos en el cuerpo del texto y al margen está corregido,concretamente el número dos, como alguien ––quizá el propio Moure–– advirtió y dejó escrito a un lado con letra sin duda posterior a la del documento y a la de la rectificación: el 2 está enmendado malamente. Parece claro que la fecha apuntada por el autor de estas notas fue otra ––ahora ilegible–– y que la original correspondía a un año entre 1534 y 1581, lo que desacreditaría la participación del Adelantado, fallecido en
1525. Tal vez éste fue el motivo que llevó a ocultar la cronología primera y a sustituirla por la de 1520, cuando justamente se sitúa la muerte de Juan Benítez. Pero no sólo queda planteada esta duda, sino también qué base tuvo el autor de esta breve relación para situar la llegada del Cristo con posterioridad a 1534, poniendo así fecha a lo relatado por la versión más antigua, la que el padre Casanova transmitiría a fray Alonso de Espinosa y éste dejó escrita en su Historia de la Candelaria, en la que la referencia temporal resulta imprecisa: después de conquistada la isla y pacificada.
De este modo, lejos de ser una materia cerrada, la historia del Cristo de La Laguna plantea todavía numerosos interrogantes a los que la documentación con la que contamos no da respuesta concluyente, al menos desde mi punto de vista, en la medida en la que se trata de testimonios recogidos décadas después de la entronización de la imagen y no de documentos contemporáneos ––todavía no encontrados en el caso de que existan–– cuya fiabilidad sería indudablemente superior. No me parece casual que los escritos de fray Alonso de Espinosa [1594] y fray Luis de Quirós [1612] ––los primeros en recoger versiones relativas a la llegada del Cristo a la isla–– coincidan con los años en los que su devoción cristalizó, se difundió entre la población y fue arropada institucionalmente. De alguna forma, la historia del Crucificado franciscano comenzó a escribirse en un momento en el que interesaba ennoblecer su origen y rodearlo de misterio y prodigio; tal circunstancia demanda de los investigadores una cautela suplementaria al acercarse a estas fuentes.