V CENTENARIO DEL CRISTO DE LA LAGUNA

“Tiempo de gracia y reconciliación” 

“Tiempo de gracia y reconciliación”   Queridos diocesanos: Los investigadores de la historia aún no han dado con la fecha precisa, en torno a la cual la imagen del Santísimo Cristo llegó a San Cristóbal de La Laguna. Parece ser que fue en la primera mitad del siglo XVI y, por tanto, estamos dentro de los Cincos Siglos de su permanencia entre nosotros y de culto ininterrumpido por parte de los fieles cristianos.

Como quiera que en la Iglesia no celebramos fechas sino acontecimientos, con independencia del año exacto, nos disponemos a conmemorar la efeméride de la llegada del Cristo de La Laguna a nuestra tierra. Por ello, el Rector del Santuario y la Esclavitud del Cristo, me han propuesto la celebración de un Jubileo para conmemorar este providencial acontecimiento, coincidiendo además, con el retorno de la Venerada Imagen a su Santuario después de las obras de restauración del mismo.

Considerando la importancia de la devoción al Santísimo Cristo de Laguna y en orden a procurar un mejor provecho espiritual para los fieles, he tenido a bien acoger con gran beneplácito esta petición. Inmersos como estamos en la misión diocesana y en orden a la celebración de los doscientos años de nuestra Diócesis Nivariense, los distintos actos que se organicen estarán orientados a la renovación de la vida cristiana y al desarrollo del espíritu misionero de quienes se acercan a honrar al Santísimo Cristo.

Habiendo realizado la correspondiente solicitud a la Santa Sede, el Papa Francisco nos ha concedido la gracia de poder celebrar un Año Jubilar, durante el cual podremos "poner al día" nuestra vida cristiana y alcanzar el don de la Indulgencia Plenaria. Así, entre el 16 de marzo de 2018 y el 3 de febrero 2019, quienes visiten el Santísimo Cristo en su Santuario [del 9 al 14 de septiembre en La Santa Iglesia Catedral] y cumplan las condiciones establecidas podrán obtener la indulgencia que se nos ofrece. Asimismo, por concesión del Santo Padre, en la Misa Solemne del día 14 de septiembre de 2018, impartiré la Bendición Papal, también con Indulgencia Plenaria.

En concreto, dice así el Documento de la Santa Sede:

«Se concede benignamente INDULGENCIA PLENARIA, que pueden ganar una vez los fieles cristianos, pudiendo aplicarla a modo de sufragio por las almas del Purgatorio, en el día en que, sinceramente arrepentidos e impulsados por la virtud de la caridad, cumplidas debidamente las condiciones acostumbradas [Confesión sacramental, Comunión eucarística y Oración por las intenciones del Sumo Pontífice], en grupo o individualmente, visitaren el Santuario Nivariense del Santísimo Cristo de La Laguna, participando devotamente en alguna celebración sagrada o, al menos, ante la imagen del Santísimo Cristo de La Laguna expuesta a la veneración pública, dedicaren un prudente espacio de tiempo a alguna meditación piadosa, finalizando con el rezo del Padrenuestro, el Credo, e invocando a nuestro Señor Jesucristo Crucificado y a la Bienaventurada Virgen Dolorosa.

Los ancianos, enfermos y todos los que por causa grave no puedan salir de su casa, podrán ganar Indulgencia plenaria si, con el ánimo libre de todo afecto de pecado y con la intención de cumplir, en cuanto les sea posible, las tres acostumbradas condiciones, se unen espiritualmente a alguna celebración, ofreciendo sus oraciones, sufrimientos y las molestias de la propia vida al Dios Misericordioso». 

Con todo ello, me complace afirmar que, una vez más, se cumplen entre nosotros las palabras de la Virgen María en el Magnificat: “Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”. En efecto, con ocasión de este V Centenario del Cristo de La Laguna, Dios Misericordioso nos ofrece, a su pueblo, un tiempo de gracia y reconciliación. El Padre nos alienta en Cristo para que volvamos a Él, obedeciendo más plenamente al Espíritu Santo y nos entreguemos al servicio de todos los hombres (cf. Pref. Plegaria de la Reconciliación I).

Por otra parte, este Año Jubilar es una magnífica ocasión para valorar nuestra fe cristiana como el mejor tesoro que tenemos y, en torno a la imagen de Cristo Crucificado, renovar nuestra gratitud a Dios Padre "que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados […]. Por él y para él quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz» (Col. 1, 12-14.20).

Invito a todos los diocesanos a disfrutar de los beneficios espirituales de esta Celebración Jubilar, participando en los actos organizados, peregrinando en grupos –o individualmente- en cualquier ocasión y acoger al don de la Indulgencia Plenaria concedida por el Papa. Eso sí, poniendo de nuestra parte lo que nos corresponde: arrepentirnos de nuestros pecados y excluir cualquier apego al mal, confesar los pecados y recibir el perdón en el sacramento de la penitencia, recibir la comunión eucarística, y orar por las intenciones del Santo Padre. Particularmente les ruego, como intención del Obispo Diocesano, que a lo largo de este Año Jubilar pidan al Santísimo Cristo por las vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada, al matrimonio cristiano y al apostolado de los laicos en sus distintas formas.

La Indulgencia Plenaria consiste en la reconciliación o perdón abundante y generoso, derramado sobre los que se convierten e imploran la remisión total de sus culpas y la restauración de sus vidas y personas. Es, por así decir, como un "borrón y cuenta nueva". Como nos enseña la Iglesia, en quien ha pecado, aunque ya haya recibido el perdón, permanecen algunas heridas o consecuencias del pecado (apego a la cosas materiales y debilidad espiritual, atracción hacia mal, desapego hacia la voluntad de Dios, etc.). Estas heridas necesitan curación y purificación. En este ámbito adquiere relevancia "la indulgencia", que nos ayuda a cicatrizar definitivamente las heridas del pecado y nos libera de lo que llamamos “pena temporal”. La purificación de esta pena temporal nos dispone más al deseo del bien y nos fortalece en la lucha contra las tentaciones del mal, a la vez que nos abre a una más plena comunión con Dios, con los hermanos y con nosotros mismos.

Asimismo, la doctrina sobre las indulgencias nos enseña que cada uno puede ayudar mucho a los demás, vivos y difuntos, para estar más unidos a Dios Padre. Particularmente, podemos ganar la indulgencia a modo de sufragio por las almas del Purgatorio, como nos dice el Decreto de la Santa Sede. 

Cualquier “tiempo jubilar” que, con su autoridad, concede el Papa a los fieles, forma parte del “poder de las llaves” que el Señor concedió a Pedro y sus sucesores: “Lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt. 16, 19). Se trata de un poder espiritual que el Papa administra concediéndonos, en nombre del Señor, un verdadero tiempo de "amnistía", de gracia y salvación. Por tanto, aquí se cumple lo que nos promete el Señor por boca de San Pablo: “En el tiempo favorable te escuché y en el día de salvación te ayudé. Mirad ahora el momento favorable; mirad ahora el día de salvación” (2Cor. 6,2). Por tanto, haciendo mías las palabras del propio San Pablo, les digo: “Como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!" (2Cor. 5, 20).

Pero, no podemos entender el Año Jubilar como "un atajo" que nos ahorra el esfuerzo de la conversión personal, o una especie de "qué más da lo que haga, a fin de cuentas Dios lo perdona todo". El problema está en el mal que hacemos, que daña nuestra vida y la de los demás. Un mal del que queremos liberarnos para no amargar la vida a nadie y, en último término para vivir en paz con Dios que es por donde nos viene la felicidad que todos ansiamos. No tiene sentido pedir perdón a Dios por nuestros pecados si no hay arrepentimiento y deseo de cambiar de vida. De poco nos sirve la ayuda del médico si no queremos curarnos y no hacemos caso a sus indicaciones. Dios nos ofrece el perdón y la salvación gratuitamente, pero no se impone a la fuerza.

Lo que Dios nos ofrece tiende a producir una transformación de nuestra vida, que debe ser recibida libre y responsablemente. Hay que dejarle actuar. Como decía San Ambrosio: "Que cuando venga el Señor encuentre, pues, tu puerta abierta, ábrele tú alma, pues, si cierras la puerta de tu alma, dejas afuera a Cristo. Aunque tiene poder para entrar, no quiere, sin embargo, ser inoportuno, no quiere obligar a la fuerza". Y, no podemos olvidarlo, Cristo vino al mundo para liberarnos del poder del mal, no para dejarnos igual que estamos: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn. 10,10).

Para ello, es fundamental meditar con frecuencia y profundidad la Palabra de Dios, así como renovar nuestra vivencia de la Eucaristía y de la Penitencia, que son los sacramentos que han de alimentar y transformar nuestra vida de creyentes. Para ello, el Santuario del Cristo ofrecerá el servicio de varios sacerdotes que a distintas horas estarán confesando. También, hemos de mirar a la Madre de Dios, confiar más en Ella, conocerla mejor como modelo de vida cristiana e invocarla como Madre de nuestra reconciliación: “Ruega por nosotros pecadores”. Todo ello nos permite disfrutar de los dones que nos ofrece nuestro Señor Jesucristo, a quien veneramos representado en la imagen del Santísimo Cristo de la Laguna. Él, sin mover sus labios, nos habla diciendo aquellas hermosas palabras suyas en la Última Cena: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros» (Jn. 15, 16-17)

Queridos hermanos, necesitamos este Año Jubilar. Tenemos que reconocer que "estamos heridos por nuestros pecados" y debemos acudir al médico de nuestras almas a pedir que nos cure. Como nos enseña San Juan: «Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Pero, si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia» (1Jn. 1,8-9). No dejemos pasar esta oportunidad, «mirad ahora el momento favorable; mirad ahora el día de salvación» (2Cor. 6,2).

Les exhorto a seguir la recomendación de San Pablo: «Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino sensatos, aprovechando la ocasión, porque vienen días malos» (Ef. 5, 15-16). Para ello, vamos a confrontarnos –yo también me incluyo- con estas instrucciones que nos da el propio San Pablo:  

«Esto es lo que digo y aseguro en el Señor: que no andéis ya, como es el caso de los gentiles, en la vaciedad de sus ideas, con la razón a oscuras y alejados de la vida de Dios; por la ignorancia y la dureza de su corazón. Pues perdida toda sensibilidad, se han entregado al libertinaje, y practican sin medida toda clase de impureza. Vosotros, en cambio, no es así como habéis aprendido a Cristo, si es que lo habéis oído a él y habéis sido adoctrinados en él, conforme a la verdad que hay en Jesús. Despojaos del hombre viejo y de su anterior modo de vida, corrompido por sus apetencias seductoras; renovaos en la mente y en el espíritu y revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas. Por lo tanto, dejaos de mentiras, hable cada uno con verdad a su prójimo, que somos miembros unos de otros. Si os indignáis, no lleguéis a pecar; que el sol no se ponga sobre vuestra ira. No deis ocasión al diablo.

El ladrón, que no robe más; sino que se fatigue trabajando honradamente con sus propias manos para poder repartir con el que lo necesita. Malas palabras no salgan de vuestra boca; lo que digáis sea bueno, constructivo y oportuno, así hará bien a los que lo oyen. No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios con que él os ha sellado para el día de la liberación final. Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo.

Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor. De la fornicación, la impureza, indecencia o afán de dinero, ni hablar; es impropio de los santos. Tampoco vulgaridades, estupideces o frases de doble sentido; todo eso está fuera de lugar. Lo vuestro es alabar a Dios. Tened entendido que nadie que se da a la fornicación, a la impureza, o al afán de dinero, que es una idolatría, tendrá herencia en el reino de Cristo y de Dios. Que nadie os engañe con argumentos falaces; estas cosas son las que atraen el castigo de Dios sobre los rebeldes. No tengáis parte con ellos. Antes sí erais tinieblas, pero ahora, sois luz por el Señor. Vivid como hijos de la luz, pues toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz. Buscad lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciándolas. Pues da vergüenza decir las cosas que ellos hacen a ocultas. Pero, al denunciarlas, la luz las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: «Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo te iluminará»  (Ef. 4,17-5,14). 

Confiados en la gracia salvadora del Señor Jesús, deseamos que la celebración del V CENTENARIO DEL SANTÍSIMO CRISTO DE LA LAGUNA sea un tiempo de gracia y salvación, para los miembros de la Esclavitud del Cristo y para todos cuantos se unen a las celebraciones jubilares. Gracia y salvación para quienes alcancen la Indulgencia Plenaria concedida por el Santo Padre. Que sea para todos un año de renovación espiritual, de modo que consiga su efecto en cada uno la salvación obrada por Cristo, que se entregó por nosotros para rescatarnos de toda impiedad y nos enseñó a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, llevando a partir de ahora una vida sobria, honrada y religiosa (cf. Tit. 2,11-14). 
 
Deseando que sean muchos los que aprovechen esta efeméride para acercarse más a Cristo y beber de Él, que es la fuente de la salvación, de todo corazón les bendice,  
 
† Bernardo Álvarez Afonso

Obispo Nivariense