Muy buenas noches.
Reverendísimo Sr. Obispo.
Exmo. Sr Alcalde, miembros de su Corporación y demás Autoridades presentes.
Iltmo. Sr. Delegado Diocesano para las Hermandades y Cofradías.
Ilmo. Sr. Presidente de la Junta de Hermandades y Cofradías y su Comité Ejecutivo.
Sacerdotes y religiosos presentes.
Hermanos Mayores, Esclavo Mayor, Cofrades y amigos todos.
En este tipo de actos, generalmente se suele comenzar dando las gracias a aquellas personas que han confiado en ti para tan importante misión, en este caso la de pregonar la Semana Santa de nuestra querida Laguna.
Eso lo haré también yo, por supuesto, pero antes, sí me lo permiten, quisiera compartir con ustedes las vivencias que tuve en la tarde del jueves 15 de enero. Ese día, recibo la llamada del Sr. Obispo y me indica que quería hablar conmigo. Tras unos minutos charlando, me dice, ¡¡bueno!! vamos a hablar del asunto, y como decimos coloquialmente, soltó la bomba, me habían propuesto para que leyera el pregón de la Semana Santa de La Laguna 2015, y que siendo él quien tendría finalmente que decidir, le parecía correcta la propuesta.
Y ahora amigos comparto con ustedes no un secreto propiamente dicho, sino una vivencia que hasta hoy solo conocían el Sr. Obispo y mi querida esposa. Sencillamente le contesté respetuosamente que no me atrevía a aceptar tal encargo. Le expliqué los motivos de mí negativa pues pensé, y lo sigo pensando, que no solo no sabría hacerlo sino además que no era yo merecedor de tan alto honor. Trató de convencerme con varios argumentos, entre otros, además de ser Cofrade, el de mí condición de Abogado en ejercicio, que estaría por tanto acostumbrado a hablar en público, que tenía experiencia y todas esas demás cosas que te dicen cuando quieren convencerte para que hagas algo que realmente no quieres, o no sabes hacer. Nos despedimos cordialmente y me fuí sinceramente muy confuso y en el fondo disgustado por mi decisión.
Les confieso queridos amigos que esa noche no pude dormir ni un minuto. Muchos pensamientos y vivencias me acompañaron durante toda la noche, unos que me empujaban a que pensara bien las cosas y rectificara y, otros, que me repetían ¡que necesidad tienes tú de esto ahora!.
Pero como les decía, en esa larga noche también revoloteaban en mi cabeza multitud de recuerdos, de entrañables vivencias y, sobre todo, me acordé de personas queridas que vivieron profundamente y con autentico sentido cristiano nuestra Semana Santa, que me la inculcaron y a las que yo no podía defraudar. Pues bien, para no cansarles más, sobre las 08:30 horas de la mañana del viernes 16, contacto con el Sr. Obispo y le pregunto si estaba a tiempo de rectificar. Me confirmó que contaba conmigo para que leyera el pregón y aquí estoy queridos amigos.
Ahora, mi profundo y sincero agradecimiento a D. Pedro López, Presidente de la Junta de Hermandades y a su Comité Ejecutivo, y por supuesto al Sr. Obispo por concederme tan inmerecido honor. Agradezco igualmente las cariñosas palabras de la presentadora, que verdaderamente ha adornado y ampliado mucho el brevísimo curriculum que le pasé hace unos días. Hoy, además, es un bonito día para leer el pregón, día de San José, día del Padre y para los laguneros también fecha especial, pues tal día como hoy, en el año 1.534, nacía José de Anchieta. Antes de comenzar quisiera tener un pequeño recuerdo para D.José Antonio de la Torre Granados, que enterramos justo ayer, que además de haber sido Alcalde fue pregonero de la Semana Santa.(Qepd).
No sé sinceramente que habrán visto en mí, pues mis únicos meritos, de tener alguno, son solo la de ser cristiano, cofrade, esclavo y lagunero hasta la médula. En un acto como el de hoy, hace unos años, recuerdo las palabras con las que comenzaba su intervención un querido sacerdote. Iniciaba su lectura advirtiendo que no era experto, ni en arte, ni en historia, que era solo creyente y sacerdote y desde esa identidad quería pregonar la Semana Santa.
Pues bien, a mí me pasa prácticamente lo mismo, no soy experto, ni en arte, ni en historia, pero es que además no soy sacerdote, por lo que la misión se complica aún más. Espero de todo corazón que sepan disculparme y solo me queda por ello apelar a vuestra paciencia y a vuestra comprensión.
En aquella larga noche que les comenté, recordé con emoción a mi querido Padre, que fue de los primeros, no sé si el primero la verdad, que leyó el pregón de la Semana Santa de La Laguna, concretamente en el año 1.949. En esa época, el acto de la lectura del pregón no se celebraba, como hoy, en las Iglesias, sino que se hacía en la radio, en el caso de mi Padre y en el de otros ilustres pregoneros, en Radio Club Tenerife.
También tuvo el honor de leer el pregón de la Semana Santa en el año 1.977 mi querido y siempre recordado hermano Federico, precisamente en este mismo templo de la Concepción. Espero de verdad que los dos, junto a mi madre, desde el cielo me acompañen y me ayuden en este difícil compromiso.
Desde mi infancia conozco y participo activamente en la Semana Santa de La Laguna. Desde muy niño soy Cofrade de la Hermandad de la Sangre de Cristo y de la Santa Cruz, de la que tuve el gran honor de ser Hermano Mayor en el año 1987. Tomé también de joven la medalla como miembro de la Esclavitud del Santísimo Cristo de La Laguna. A ambas también pertenecen mis queridos hijos, además de primos y prácticamente todos mis sobrinos. Tenemos que ser capaces de conseguir que la juventud se implique, y nosotros con ellos, para que el relevo generacional, que por fuerza tiene que producirse, mantenga el esplendor de la Semana Santa y sea una garantía de continuidad. No podemos defraudar a los que con tanto amor y dedicación supieron en tiempos pasados recoger el testigo para trasladárnoslo a nosotros.
Y volviendo a mis comienzos, si ustedes me lo permiten, les comento brevemente como me inicié en la Semana Santa Lagunera, aunque la fecha no la se exactamente. Solo sé que con muy pocos años prosesionaba delante del Señor de la Cañita, que así conocemos los Laguneros a la Imagen del Ecce Homo, portando en mis manos, con unos guantes blancos, unos cojines con fondo rojo, sobre los que se colocaban distintos símbolos de la pasión. Éramos 10 o 12 niños entonces.
Casi todo, por no decir todo en esa Cofradía, lo gestionaba, coordinaba y arreglaba el recordado D. Francisco García Fajardo, persona muy respetada y apreciada no solo por la gran familia cofrade, sino por todos aquellos que pasaron también por el Instituto Cabrera Pinto, en el que impartió clases durante muchísimos años. Desde aquí mí modesto pero sincero recuerdo y homenaje a uno de los grandes valedores de la Semana Santa de La Laguna.
Unos años más tarde, tomé la medalla como Esclavo del Santísimo Cristo de La Laguna, en la cual tuve el inmenso honor de ser Esclavo Mayor durante el año 2008. Recuerdo con emoción en el mes de Octubre de ese año, un viaje que hicimos un grupo de laguneros y Esclavos a Roma, coincidiendo con el centenario de la concesión del titulo de Pontifica a la Esclavitud. Tuve la gran suerte de saludar al Papa Benedicto XVI y entregarle personalmente una hermosa escultura del Cristo, en nombre de la Esclavitud y también en nombre de La Laguna.
Por tanto, con más de cincuenta años de travesía en la Semana Santa de La Laguna, se pueden imaginar ustedes que las vivencias y recuerdos son innumerables, y por tanto, se hace muy difícil de resumir, además de que no pretendo aburrirles, sino simplemente trasladarles como conocí y como he vivido la Semana Santa. Al preparar este pregón, me vinieron a la cabeza recuerdos de la procesión magna, pero no del recorrido en si, ni de las imágenes, ni de las Cofradías, sino de aquellos momentos previos a la salida de los pasos desde la Catedral. Allí, además del antes recordado D.Francisco García Fajardo, estaban personas entrañables de la Esclavitud del Cristo como D. Juan Trujillo, D. Bonfilio Marrero y otros muchos más. Junto con los niños de los Hermanos de la Salle y su Nazareno no podía faltar el queridísimo Hermano Ramón Padilla, al que los laguneros y en general todos los que lo conocieron no dudaban en afirmar que era un santito. Allí estaba también D. Mateo Arbelo y tantos y tantos más, pero no quiero seguir recordando a más personas pues me dejaría muchísimas atrás y sería del todo injusto.
Pero entre todas estas personas que preparaban aquella salida del viernes Santo y se esmeraban para que todo fuese ordenado y solemne, se encontraba un sacerdote al que luego tuve la oportunidad de conocer mucho, Don Pedro Juan. Era todo un personaje. Creo sinceramente que nunca se le reconoció suficientemente todo el trabajo, el entusiasmo, el amor y desvelo que dedicó a la Semana Santa de La Laguna.
Y dentro de esas vivencias personales, tampoco podré olvidar mí primera salida en la madrugada del Viernes Santo, acompañando a nuestro Cristo de La Laguna. Créanme amigos que es difícil de olvidar. Como expresó un pregonero hace años, la madrugada es la procesión de las presesiones laguneras, allí el fervor, el silencio y el respeto no se imponen sino que nace espontáneamente. Son cientos de personas las que quieren acompañar al Señor de La Laguna por sus calles y plazas en esa larga noche, en la noche en que volvemos a meditar sobre las siete últimas palabras de Jesucristo antes de morir en la Cruz. Esa noche invita a la reflexión y a la meditación. Son muchas las personas que visitan diariamente al Cristo en su Santuario, para hablar con él y poder contarle sus penas, especialmente los viernes. Pues en la madrugada del Viernes Santo, cuando la figura del Señor se agiganta en el silencio y en la oscuridad de la noche, ese día es El quien devuelve la visita a sus devotos, cuando con paso decidido y firme sale a nuestro encuentro. Y tras verle, ya nada es igual. Cuando pasa nos invade una sensación muy difícil de explicar. Parece que algo de nosotros su fue con El y algo de El se quedó con nosotros. De un lado hemos visto pasar al Dios todopoderoso, pero de otro, ha cruzado ante nuestra mirada un hombre indefenso, sufriente, humilde y cargado con una pesada Cruz. A Jesús lo habían matado, le habían dado la muerte más vergonzosa que existía en el Imperio Romano, la muerte más indigna, que solía aplicarse a los criminales más sanguinarios, jamás impuesta a un ciudadano romano. La cruz, por tanto, instrumento de una muerte infame. No era lícito condenar a la muerte en cruz a un ciudadano romano, era demasiado humillante. Pero el momento en que Jesús cargó con el pesado madero para llevarlo al Calvario, marcó un cambio en la historia de la cruz.
En esa noche todas las miradas, absolutamente todas las almas, se han parado en Jesús Nazareno, incluso en medio de una conversación, de una risa, todo se para al ver llegar al Cristo. Las devociones inquebrantables en nuestras benditas imágenes, el recuerdo de nuestros mayores, el deseo de que nuestros hijos crezcan sanos y salvos, la esperanza de que nuestro hermano, nuestra esposa o nuestra madre sane de la enfermedad, todo se deposita con una callada plegaria a los pies del Cristo Lagunero. Cuantos labios al paso del Cristo murmuran palabras de agradecimiento, de súplica. Cuantas miradas se bajan también por haberle fallado en algo durante el año.
La fe tiene un componente de duda, es verdad, porque si no sería ciencia, pero en esa madrugada del Viernes Santo, ante la cruz, la duda parece que es menos o incluso desaparece.
Cuando van llegando estas fechas se desbordan las emociones acumuladas durante un año, se echan en falta de una manera más patente a quienes ya no están y estuvieron, se agolpan recuerdos de tu niñez y en definitiva vives plenamente aquello que merece la pena ser vivido de forma intensa.
Quiero dedicar también unos minutos a repasar la evolución de la Semana Santa que yo he vivido y sobre el verdadero sentido de la misma. No me detendré en hablarles de los distintos pasos, ni de las Cofradías, puesto que otros ilustres pregoneros que me han precedido se han ocupado espléndidamente de estos aspectos.
Tampoco me parece oportuno hablarles de todo lo relacionado con el arte, las características de las imágenes, ni de las magníficas obras de los artistas José Rodríguez de la Oliva, Fernando Estévez, Lujan Pérez o Ezequiel de León, por citar a unos cuantos. Repito, también sobre este particular está todo dicho y muy bien dicho por mis predecesores.
Cuando empezamos a buscar datos sobre la Semana Santa de La Laguna nos encontramos con distintas definiciones y versiones, según el documento que consultemos, pero en muchas, por no decir en la mayoría, se repite más o menos lo siguiente: “La Semana Santa de La Laguna es considerada como un autentico museo al aire libre, con pasos de gran valor histórico y artístico, verdaderas obras de orfebrería impresionantes, con muchos siglos de historia. La Semana Santa de La Laguna es además considerada como la más importante del Archipiélago Canario”
Yo tengo que confesarles que no puedo opinar sobre otra Semana Santa, ni del Archipiélago ni de la Península, sencillamente porque siempre, en estos más de cincuenta años, la he vivido en mí querida Laguna, salvo un año. Para mí y para mi familia Semana Santa y La Laguna son dos cosas absolutamente inseparables, como le pasa a muchas familias laguneras. Por ello, a través de esta gran oportunidad que me han dado, quiero rendir también merecido y sincero homenaje de respeto y admiración a cuantos sacerdotes, religiosos, hombres, mujeres y niños han hecho, y siguen haciendo posible, desde su entrega, actitud y trabajo, que la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo se viva intensamente, además de en los templos, también en las calles. El Papa Francisco en una homilía dentro del año de la fe dirigida a multitud de Hermandades y Cofradías, apuntaba lo siguiente: Son ustedes una realidad tradicional de la Iglesia que ha vivido en los últimos tiempos una renovación y un redescubrimiento. Es un tesoro que tiene la Iglesia, que sin embargo a veces creo, y dicho sea con el máximo respeto, hemos sido tratados de forma algo injusta.
En un periodo más o menos reciente, allá por los años 60-70, a pesar de los esfuerzos, lo cierto es que se produce un periodo de verdadera crisis espiritual, muchos lo achacaron al vertiginoso desembarco del turismo, a la explosión del sur de nuestra Isla, que supuso para muchos un nuevo estilo de vida. El ocio parece imponerse a cualquier otra oferta; las funciones religiosas y las procesiones ya no son el centro de atención para muchas personas. En las Cofradías vemos como muchos de sus miembros no acuden ya a la llamada.
Además, las celebraciones en La Laguna sufren un durísimo revés al perder una parte de su patrimonio en el fatídico incendio que arrasó la Iglesia de San Agustín en el año 1.964. Aún tengo el recuerdo al salir del Colegio de los Hermanos de la Salle, para ir a casa, de una nube de humo negro que cubría casi toda la Ciudad. Seguro que muchas personas que hoy nos acompañan en este pregón fueron testigos directos de dicho siniestro. En ese incendio se malogró un magnifico y amplio templo, que recordemos era sede de varias Cofradías, como la Hermandad de la Sangre que perdió la imagen de su titular y prácticamente todas sus pertenencias, también sufrieron serios daños el Nazareno y otros mas, y el Cristo de Burgos también se perdió en el pavoroso incendio, por citar solo unos casos.
Pero los Laguneros se pusieron de nuevo en marcha y con un importante esfuerzo se pudo realizar, por ejemplo, una nueva talla del Señor de la Cañita, trabajo que mí recordado padre encargó al escultor D. Ezequiel de León. Y en este punto, si me permiten ustedes la anécdota, decirles que en una vieja casa contigua a la que vivía mi familia en la calle Bencomo, se instaló, casi de forma permanente, Ezequiel de León a fin de que dedicara todo el tiempo posible a esculpir la nueva imagen, lo que después de muchos esfuerzos y dedicación concluyó para que el Señor de la Cañita pudiera ya procesionar en la siguiente Semana Santa de 1.965.
Con la llegada de una nueva Constitución en la que se declara a España como un Estado aconfesional, en definitiva nuevos tiempos, pudiera en principio parecer que esa crisis se iba a agudizar aún más si cabe. Pero lo cierto es que comienza a notarse una recuperación considerable, con la incorporación de nuevas Cofradías y pasos, tanto en el casco como en los barrios. También se refunda, entre otras, la Cofradía del Cristo de Burgos que ciertamente realiza un importantísimo esfuerzo para poder prosesionar de nuevo. No cabe duda por tanto que la Semana Santa ha ido creciendo en todo hasta estas fechas. Ha habido cambios, también ha habido evolución; hubo crisis de espiritualidad, recuperación de lo perdido, en definitiva, una evolución que yo espero que siga desarrollándose durante muchos años. No quiero caer en la palabra fácil o en la autocomplacencia afirmando que nuestra Semana Santa es la mejor. La Semana Santa no debe constituir motivo de pugna o competencia entre distintos lugares de la Cristiandad, porque la única y autentica fue aquella en que Dios hecho hombre se sacrificó por todos nosotros, incluso por aquellos a los que exculpó diciendo: “Perdónalos Padre pues no saben lo que hacen”.
Semana Santa, tiempo de vacaciones, ocio y tiempo libre, para aquellos que hoy día llaman a la Navidad vacaciones de invierno, o a esta Semana Santa que pregono la consideran una simple fiesta de primavera. Pero para los que hoy aquí estamos,¿qué es la Semana Santa?
Al hilo de esa pregunta, ¿que papel hemos jugado los cientos y cientos de laguneros y laguneras que con nuestro pequeño granito de arena hemos colaborado al esplendor de la Semana Santa?. Creo honestamente que ha sido un papel destacable, pero también debemos en nuestra condición de Cofrades reflexionar y hacer algo de autocrítica. La palabra Cofradía significa, entre otras acepciones, unidad de hermanos, de fieles católicos en torno a la advocación de una imagen de Cristo o de la Virgen, y eso a veces, yo el primero, no parecemos recordarlo.
No siempre todos comulgamos con lo que la Iglesia nos manifiesta, pues pude parecer que en algunos casos está algo vieja y anticuada, pero debemos evitar 10 caer en lo que a veces caemos. Otras veces nos creemos que podemos hacer la religión y el recuerdo de la Semana Santa por nuestra cuenta. El autentico Cofrade, el Esclavo, proclama públicamente que es cristiano y que está orgulloso de serlo y que no tiene vergüenza en reconocerlo. El Papa Francisco nos recuerda que la piedad popular es una senda que nos lleva a lo esencial, si se vive en la Iglesia, es una manera legítima de vivir la fe.
Pero también tenemos otras obligaciones y responsabilidades, sobre todo últimamente cuando nos ha azotado duramente la famosa crisis, crisis que va más allá de lo económico o financiero, aunque esta sea la cara más cruel y la que muchos han padecido y padecen. Tiene también la crisis raíces de otro tipo, porque también estamos en presencia de una crisis cultural, una crisis profunda de valores, una exaltación del egoísmo a nivel personal. El Santo Padre repetía que allá donde el hombre es único dueño del mundo y propietario de sí mismo, no puede existir justicia. Y aquí, en este punto, también deben jugar un papel importante las Hermandades. No debemos permitir que nos digan que nuestro quehacer no sobrepasa habitualmente lo estrictamente cultural y devocional, ni que nuestra principal y casi única preocupación sea lo exterior y la salvaguarda de lo que llamamos tradición. Me refiero ahora a la acción socio caritativa, que como seguro ustedes saben, fue elemento constitutivo de muchas Hermandades, que nacieron para ejercer la caridad y la solidaridad entre sus miembros y entre todos los necesitados. Hoy en los momentos de crisis que desgraciadamente seguimos atravesando, la parcela caritativo social adquiere pues una dimensión y un protagonismo de primer orden. Nuestras Hermandades, Cofradías y Esclavitud no han sido ni mucho menos ajenas a esa obligación, han contribuido muchas a paliar las necesidades de nuestros vecinos aportando su pequeño granito de arena y participando en numerosas campañas solidarias, en estos tiempos donde se dan verdaderas situaciones de injusticia social.
Y hay otra tercera faceta que también debe ser meditada en nuestro colectivo, que se puede definir como evangelizar con la palabra. A las Hermandades se suelen acercar, en algún momento de la vida, personas que no tienen mucho contacto con la Parroquia, ni con movimientos de la Iglesia, siendo la Cofradía así el único vinculo religioso. Pues bien, debemos en primer lugar no criticar ni dejar que se critique a esas personas, sino todo lo contrario, intentar que no abandonen a las primeras de cambio desilusionadas, y en la medida de lo posible, tratar de avivar una fe que quizás esté dormida, casi apagada, pero no muerta del todo. La tarea no es fácil ni mucho menos, pues todos sabemos en estos tiempos cuales son desgraciadamente nuestras prioridades, pero por lo menos debemos intentarlo.
El Cofrade tiene que dar testimonio, tiene que defender la familia, la vida, defender la dignidad de la persona, además de una vez al año salir a la calle para dar testimonio de su fe.
Tenemos que ser capaces de conseguir que la juventud se implique, y nosotros con ellos, para el relevo generacional que por fuerza tiene que producirse.
Hay que impulsar a los jóvenes, pero este impulso necesita un detonante y este lo tenemos que poner nosotros con la ilusión, con la misma ilusión y entusiasmo con el que nos entregaron a nosotros el testigo, movidos sin duda por la fe, la fe cristiana que es la verdadera impulsora de nuestra Semana Santa. Hacerlo bien es garantía de continuidad.
En aquellos lugares donde no existen Cofradías ni Hermandades, la Semana Santa esta más secularizada, hasta más vacía de contenido cristiano que en aquellos otros sitios donde llenan sus calles con una imagen de la pasión de Cristo. Gracias a las Cofradías aprendimos de la mano de nuestros padres como sucedió, paso a paso, la pasión y muerte del Señor y quienes fueron y cual fue el papel de cada uno de los protagonistas en aquel drama santo. Posiblemente, en los tiempos que corren, de no ser por esto, muchos ignorarían esta historia del amor inmenso de Jesucristo a los hombres.
Repito por tanto que lo que entendemos como piedad popular no debe ser ignorada, ni tratada con indiferencia o desprecio desde ningún sitio, pues como afirma nuestro querido Papa Francisco es una manifestación importante, es un tesoro que tiene la Iglesia, pero también añade algo importante: No nos conformemos con una vida cristiana mediocre, sino que nuestra pertenencia sea un verdadero estimulo. Por tanto, miremos en nuestro interior, seamos sinceros con nosotros mismos y llegaremos a la conclusión de que algo más se puede hacer.
Porque los que participamos en la Semana Santa, seamos jóvenes o no, somos ante todo Iglesia, pero también la misma Iglesia ha de sentirse y ser cofrade a nuestro lado. Juntos hemos de caminar siendo conscientes de la crisis, no solo social, sino también de espíritu que nos acompaña. Abramos pues los ojos, no nos encerremos en el pasado y sigamos construyendo bajo un mismo cimiento la Iglesia y las Cofradías del futuro. Este trono lo tenemos que llevar entre todos. Por eso, nuestra responsabilidad radica, precisamente, en que este encuentro que estamos a punto de vivir un año más, no se quede en una simple manifestación externa, sino que seamos capaces de conectar a toda una ciudad con el misterio de la fe.
Este pregón también está dedicado a los cientos de hombres y mujeres anónimos que nunca tendrán la oportunidad de exponer y compartir en público sus vivencias sobre la Semana Santa, que no serán Hermanos Mayores de sus Cofradías ni pertenecerán a sus Juntas de Gobierno, ni a lo mejor serán cofrades ejemplares, pero que llevan años y años escribiendo la página de devoción y cariño más sincera de esta bendita Ciudad y su Semana Santa.
Y al hilo de lo que antes comentaba sobre los más desfavorecidos y necesitados, creo que se hace imprescindible en esta antesala de la Semana Santa recordar y hacer una reflexión ante el sufrimiento y pasión, igual que Cristo, que están hoy en pleno siglo XXI padeciendo millones de cristianos. La persecución violenta que hoy en día sufren los cristianos de todo el mundo sólo a causa de su fe.
Cuando ves las noticias escalofriantes y lees datos sobre este drama humano, que reflejan que el numero de perseguidos en el mundo oscila entre los cien y ciento cincuenta millones de personas, se te ponen los pelos de punta. Detrás de esas horribles cifras se esconden vidas humanas, historias personales, rostros concretos, hombres y mujeres. Detrás de esa escalofriante cifra hay perseguidores y perseguidos, carniceros y victimas; el hombre es el enemigo peor entre sus iguales. Esto es tan cierto que hasta San Pablo fue un ferviente perseguidor de los cristianos, hasta su conversión.
El Papa Francisco afirmó estar convencido de que la persecución contra los cristianos es hoy más fuerte que la vivida en los primeros siglos de la Iglesia. Se persigue en Asia, en África, en Oriente Medio y en otros muchos sitios más, y lo que es peor queridos amigos, según los datos e informes actuales, a pesar que la persecución en 2014 contra los cristianos alcanzó niveles históricos, lo peor está aún por venir. Se están convirtiendo en victimas por la intolerancia, la sinrazón y la violencia que no cesa.
Ejemplos recientes incluyen encarcelamientos, torturas decapitaciones, perdida de hogar y de bienes. ¿Les suena a ustedes esto de algo con lo que vamos a recordar en unos días, la pasión de Jesucristo?.
La pasión de Jesús es dolor físico, es sentir angustia, es sentirse abandonado, sentirse victima de una injusticia, es sentir el desprecio y la humillación. Todo esto es la pasión, y todo esto continúa sufriéndose hoy en el mundo.
Pero en este periodo de Pascua, ojalá permita también soñar y esperar que al final el mal no tenga siempre la última palabra. Nos disponemos en breve a celebrar en nuestra querida Laguna el misterio de la Pascua en nuestras Iglesias, en nuestras calles, estamos un año más invitados a vivirla con intensidad y ardor, pero también con coherencia cristiana, tratando de encontrar razones para la vida y la esperanza. Es una buena oportunidad para detenernos un poco en la rutinaria vida que llevamos, donde la imagen y la superficialidad se apoderan de todo. No nos encerremos en nosotros mismos, no perdamos la confianza, nunca nos resignemos. ¡¡Jesús no está muerto, ha resucitado!!. El Santo Padre nos recordaba que los problemas, las preocupaciones de la vida cotidiana, tienden a que nos encerremos en nosotros mismos, en la tristeza, en la amargura, y es ahí donde está la muerte. No busquemos ahí al que vive.
Hace unos dos mil años que aconteció todo lo que nos disponemos a celebrar. Lo que ahora hacemos es sencillamente actualizar la historia, de múltiples formas y maneras, con respeto a lo plasmado en el Evangelio, con devoción y sentimiento. Nuestra Semana Santa, la que celebramos en La Laguna y la que se celebra en todos los rincones del mundo, es una manifestación de lo que creemos y vivimos, por tanto no debemos entenderla sólo como meros personajes que mantenemos vivas las tradiciones.
Voy terminando amigos, pues no quiero cansarles. Me he preguntado a veces si como hacemos en las fiestas navideñas también en la Semana Santa podemos felicitarnos unos a otros con cariño y afecto. ¿Porqué no?. Conmemoramos y recordamos lo que Jesús padeció, su sufrimiento, su dolor, el escarnio publico al que fue sometido hasta su muerte en la cruz, lo que indudablemente genera sentimiento de pena y profunda tristeza.
Pero ciertamente, lo importante de este tiempo no es solo recordar con tristeza lo que Cristo padeció, sino entender que murió y resucitó. Y es que la Pascua que celebramos año tras año no es un final, sino, sobre todo, como el principio de una vida nueva. No nos quedemos indiferentes ante esta buena noticia, y que la Semana Santa no sea un espacio solo para el descanso o la evasión. Cada uno de nosotros tiene que comunicar a los demás esta buena noticia, y lo haremos si vivimos una vida con coherencia y alegría. La vida Cristiana y la alegría son dos realidades íntimamente unidas. Eso significa despertar en el corazón tantas esperanzas, especialmente en la gente humilde, simple, olvidada. Se nos recuerda continuamente que no seamos hombres y mujeres tristes: Un Cristiano jamás puede serlo.
Experimentar la alegría constituye un desafío para las personas en esta nuestra sociedad moderna. En un mundo lleno de profundas divisiones y rupturas, de injusticias, de persecuciones, donde miles de rostros son elocuente testimonio de una profunda desesperanza y tristeza, existe aun un lugar para la alegría. La búsqueda de la alegría por el hombre está tan arraigada en su corazón como la búsqueda de sentido a la propia existencia. Alegraos los que no tenéis complejos para expresar vuestra fe, con el ejemplo de vuestra vida, en la sociedad, en el trabajo, en la familia. El creyó que merecía la pena entregarse por cada uno de nosotros, y lo hizo por amor.
La próxima Semana Santa demos gracias al Señor por ser unos privilegiados viviendo esa gran fiesta que El mismo nos regaló. La fe, la devoción y la emoción manifestadas de la forma más bella posible en el marco de esta Ciudad única.
Cuando se recibe un encargo como el que he tratado de cumplir con todos ustedes, son muchos los recuerdos y sobre todo las personas que se agolpan inevitablemente en la cabeza, se repasa toda una vida y uno piensa en sus padres y hermanos, que seguro estarán siguiendo y disfrutando de este pregón desde el mejor palco posible, el cielo, personas con las que en un tiempo no tan lejano formaba una gran familia que me enseñó a conocer y querer la Semana Santa y también a conocer y querer a esta maravillosa ciudad de La Laguna.
He querido compartir con ustedes, desde mi miseria y desde mi imperfección, lo poco que sé de la Semana Santa y algo de mis vivencias y sentimientos. Y lo he hecho como he querido, como he sabido y como he podido.
Por todo ello amigos, feliz y alegre Semana Santa, y si me lo permiten las demás Hermandades y Cofradías, que seguro que si, que el Santísimo Cristo de La Laguna les acompañe siempre, les proteja y les bendiga. Muchas gracias.
Francisco Gonzalez de Aledo Buergo
La Laguna, 19 de Marzo de 2015