Dr. Victoriano Rios Pérez
Soy lagunero, que es lo mismo que decir tinerfeño. Nací en la calle Juan de Vera, frente por frente al callejón de Briones. Estudié en los Hermanos de La Salle, la primera enseñanza, y la segunda, en el Instituto de Canarias, hoy Cabrera Pinto.
Se puede decir que mi infancia y adolescencia se desenvolvieron en un cuadrilátero pequeño y entrañable, alrededor de la Plaza de la Catedral, casi con los de la Villa de Abajo. Fueron los años de la Segunda República, de la Guerra Civil, y la primera década del anterior régimen.
Educado obligatoriamente en la Nacional-catolicismo, en un ambiente familiar medio, bastante crítico a la situación política, me permitió lecturas prohibidas para la época y una autoformación libre pensadora, con creencias firmes en el fondo.
Han pasado 40 años. Lo celebrábamos hace unos días los compañeros que terminamos el Bachillerato en 1947 .
En esos largos años, entre mi formación y ejercicio de la Medicina, la dedicación al profesorado universitario y mis inquietudes políticas, se han ido llenando las alforjas culturales e intelectuales.
Con este escaso bagaje de lagunerismo es con el que me enfrento hoy, a ser el pregonero de sus Fiestas Mayores a petición de la Excma. Corporación Municipal.
Decía al comenzar, que ser lagunero es decir que se es tinerfeño.
En efecto, ni Tenerife puede ser entendido sin la historia de San Cristóbal de La Laguna, sin sus gentes, sin su cultura ni religiosidad; pero tampoco ésta, sin el sentir finalista de hacer Tenerife y me atrevería a afirmar además, sin el sueño aún no realizado de construir definitivamente Canarias.
Todo comenzó cuando el Adelantado, en 1494, después de haber desembarcado en Añaza, ya controladas las restantes Islas del Archipiélago, se decide montar el real en la Colina de Gracia, donde comienza la altiplanicie de Aguere, y envia un emisario al Mencey Bencomo, para entrevistarse. Se realiza tal encuentro, y la propuesta castellana era triple, y al mismo tiempo contradictoria:oferta amistad, exigencia de vasallaje y abrazar la religión cristiana, es decir, la mano de paz, el brazo del guerrero y la cruz redentora.
La respuesta del noble guanche no se hizo esperar: «La amistad por la amistad», «ya tenemos reyes nuestros, por lo que no podemos aceptar otros», «pero estamos dispuestos a que nos muestren la buena nueva del mensaje religioso»
Ante esta contestación, el enfrentamiento era ineludible. El mencey de Taoro se replegó hacia Acentejo, «lugar de piedras grandes», y fue perseguido por el Adelantado. En ese lugar, conocido hoy por La Matanza, fue derrotado y herido gravemente el de Lugo, que se retiró hacia el monte, que luego llamaría de La Esperanza, pues desde allí divisó su campamento de Añaza.
De este episodio trascendente en la historia de Canarias, narraría, en el siglo XIX, el insigne Manuel de Ossuna: «...El nombre de Canarias resonó con doloroso acento en varios pueblos de España, donde se lloraba la pérdida de algún expedicionario. Nivaria apareció como el baluarte de una nación valerosa, y cuando mezclados vencidos y vencedores forman el moderno pueblo afortunado, el espíritu patrio de las Canarias, se reconcentra en Tenerife, para hacerse intérprete de las libertades y de los fueros regionales concedidos...».
Al año siguiente, 1495, vuelve el Adelantado con tropa mejor pertrechada, coloca nuevamente su base en Gracia, y el mencey Bencomo le hace frente en la altiplanicie de Aguere. Fue un error táctico muy grave, pues el terreno favorecía al armamento castellano. El mencey fue derrotado, muriendo Tinguaro en la batalla. De la bravura de Bencomo dejó el gran poeta-médico Antonio de Viana estos versos:
Del español ejército te espantas?
¡No sabes que es de reyes mi linaje
y que estoy a mandar acostumbrado
y siempre he de mandar sin ser mandado?
Finalizada la conquista de Tenerife, en los primeros meses de 1496, Fernández de Lugo decide aposentarse en la Vega de Aguere. Las razones de ello podrían haber sido múltiples. En primer lugar, nunca estuvo poblada por aborígenes, era sencillamente un sitio de paso, una dehesa; no existían cuevas ni sitios de abrigo. No así para los castellanos, que con sus primeras construcciones se encontraron un sitio fértil, con agua permanente agradable campiña para los usos
agrícolas y el pastoreo, además del clima, más parecido a sus tieras peninsulares. Otras cuestiones de orden estratégico fueron el ser paso necesario en las comunicaciones entre el norte y sur de la Isla, estar alejado de la costa, por posible desembarco de fuerzas hostiles, al mismo tiempo que divisar con facilidad el horizonte marino.
Aquel mismo año, verano de 1496, se celebra la fiesta del Corpus, en los aledaños de donde actualmente está la iglesia de la Concepción, muy cerca de la orilla de La Laguna, llena de aves y árboles.
La primera referencia a la existencia de un Ayuntamiento data de julio de 1497, hace ahora 490 años, con el nombre de Villa de San Cristóbal, por ser el día de ese santo, en 1495, cuando se consiguió la victoria definitiva de Aguere, y en la zona de la actual ermita de su nombre, según narraría el insigne historiador Viera y Clavijo.
A partir de ahi, los hechos se suceden con cierta rapidez. Se desarrolla el primer asentamiento en el «Lomo de la Concepción, llamado Villa de Arriba, pero al parecer muy anárquico, que obliga al Adelantado a prohibir la continuación del desarrollo poblacional en esa zona, y a estimular la construcción en lo que posteriormente se conoció como Villa de Abajo, a partir de la actual iglesia de Los Remedios. Fernández de Lugo se interesa personalmente por el urbanismo de la villa; trazado castellano, calles rectas, intersección perpendicular, como se ha podido decir posteriormente. Y la delimitación de una plaza mayor, la actual del Adelantado, al estilo de las ciudades de la meseta. Simultáneamente, fundación de iglesias y conventos, comienzo de las rivalidades seculares entre franciscanos, agustinos y dominicos. Se funda y construyen hospitales.
En 1510, la Reina Doña Juana concede el escudo de armas a La Laguna, un San Miguel y el Teide.
Sobre 1512, el Cabildo que en un principio tenía representación directa de los vecinos, y aunque al poco tiempo perdió parcialmente ese sentido democrático, ya sus funciones eran sobre casi todos los asuntos de interés público. Cioranescu recoge que entre sus primeros asalariados figuraba un médico y un boticario. ¡Si alguien aún dudase de las profundas raíces de los Cabildos en el quehacer insular, aquí tiene una buena muestra!
La villa va creciendo, y en 1514, solicita el título de Ciudad, y en vista de que no llega la concesión real, en 1521. se autocon-cede tal título, que no fue otorgado definitivamente por céluda real hasta 1531.
Es un buen indicio del talante decidido de nuestros antecesores
En 1534 le fue concedido por orden real, dado en Plasencia, el epíteto de Noble.
Ya la ciudad, Noble y Leal de San Cristobal de La Laguna, tiene en 1560 7.200 habitantes siendo en esos momentos la ciudad más importante de las Işlas.
Las razones fundamentales de este hecho hay que buscarlas en el sistema administrativo que se implantó, lejano e insular, y forzosamente autónomo en la dependencia con la Corona de Castilla.
Gobernaba y controlaba toda la Isla, pero por razones y características de tipo socioeconómicas, comenzaron otros núcleos poblacionales, como la Villa de La Orotava, a independizarse municipalmente.
La caña de azúcar, la vid y el ir y volver de las Indias, matizan nítidamente esos decenios, al mismo tiempo que se va viviendo, con intensidad, el declive del imperio español de ultramar.
Mientras, ha llegado de Huelva, enviado por el Duque de Medina-Sidonia, amigo de Fernández de Lugo, según reccge el cronista Marín y Cubas, una imagen de un Crucificado, que el Adelantado quería que presidiese el altar mayor de su convento de San Miguel de las Victorias. Fue en el año 1520, al parecer, cuando arribó, por una cita del historiador Núñez de la Peña, recogida por el sabio sacerdote Rodríguez Maore, el Crucificado, que luego se conocería por el Cristo de La Laguna. Es difícil para un lagunero separar ambas palabras. La Laguna sería con seguridad distinta sin ese Cristo.
El crítico de arte y escritor Buenaventura Bonet, que en un principio mantuvo que la imagen pertenecía a la escuela plateresca, después aceptó, y es opinión ahora extendida, que es gótico español de la segunda mitad del siglo XV, tallada en Sevilla por imagineros españoles.
Creo que el rumbo de La Laguna cambió aquel 1520. Siempre recordaré ir de la mano de mi padre, tendría 6 ó 7 años, detrás del trono del Cristo y al mirarlo, me parecía alto, muy alto, moreno, esbelto, sereno, señor muy señor. Después, a lo largo de los años, he contemplado muchas imágenes de Crucificados con sus miles de variantes, de posturas y ropajes, sobre sus amarres y clavos, con aspecto de desolación y agónicos, unos, frente a los dulces «tránsitos» de otros. Pero entre todos ellos puedo asegurar que nunca he sentido la profunda emoción de armonía y austeridad, de belleza y sencilla desnudez como ante nuestro Cristo.
En 1534 había nacido José de Anchieta, quizás el primer lagunero universal, muriendo en Brasil en 1597 en olor a Santidad. En este siglo XVI la Iglesia y el poder terrenal, la religiosidad y la administración, fueron los punos claves del desarrollo de la Ciudad. Los agricultores y artesanos completaban su imagen.
En 1572, una epidemia de pese bubónica azota La Laguna. Se habló de unos nueve mil muertos en toda la Isla. Se atribuyó el contagio a unos tapices que trajo el gobernador del Levante mediterráneo, para adorno del día del Corpus. Se improvisó una
sepultura colectiva, Y y posteriormente se edificó la actual igleia de San Juan Bautista sobre esa fosa común. Siempre la relación administración y religión están presentes, tanto en los acontecimiento venturosos como en los desgraciados.
A principios del XVII, nuevas epidemias azotan La Laguna, y su Cristo comienza a obrar milagros y consuelos.
Al Cristo de La Laguna
mis penas le canté yo,
sus labios no se movieron
y sin embargo me habló.
El famoso Padre Quirós, con su verso cálido, potencia la figura del Crucificado, y en 1607, se acuerda celebrar el 14 de sepiembre la fiesta del Cristo de La Laguna, hace ahora 380 años. La fe indómita de un pueblo y la traición han hecho posible que se haya celebrado siempre la fiesta igual que al fundarse la Esclavitud en 1659; año tras año, tambien sin faltar uno, durante 328 años, fue designado un Esclavo Mayor empezando en aquel a don Fernando Arias y Saavedra, Señor de Fuerteventura y en este de 1987 a don Ramón Alvarez Colomer.
Cuando se mira hacia atrás con la perspectiva de casi cuatro siglos, la emoción por la tradiión en la continuidad y en la fe de un pueblo como el lagunero que persiste en su senda, generación tras generación -dieciseis llevamos ya- nos embarga.
Y así ante plagas y epidemias, las sequías y la soledad de la insularidad, además de la incomprensión, saca a su Cristo en procesión devota por cualquier calamidad pública, fuera civil o miilitar, de hambre o belicismo.
La Laguna ha estado siempre bajo los brazos de su Cristo, y arrastra a todo Tenerife en ese vibrar emocionado.
Tenerife ya no es Isla tránsida toda de ensueños Tenerife es sólo un «trono» drago, retamas y brezos, para llevar por los mares con los dos brazos abiertos en procesión de milagros a su Cristo lagunero,como le cantara Ramón Cué.
Pero volvamos al siglo XVII.
En 1643, Felipe IV, por real cédula promulgada en Zaragoza nos exime a los canarios de la utilización del papel timbrado, por nuestra contribución en la guerra frente a Portugal. Un fuero real más, una peculiaridad histórica que añadir concedida a nuestro Archipiélago. En esos últimos años del siglo, vuelve a objetivarse como péndulo, la vida lagunera. Antes un hecho administrativo, luego un hecho religioso, como el milagro narrado por el fino escritor Benito Pérez Armas, entre la sierva de Dios, María de Jesús, monja lagunera del Convento de Las Catalinas, y el corsario Amaro y su buque de nombre Fortuna, que sufrió abordaje de piratas, y se le apareció la monja, produciéndose el milagro de la salvación del barco. Posteriormente fallecía en el año 1731, se conserva su cuerpo incorrupto, de la que se decía haber muerto en santidad y que su cuerpo amortajado olía a rosas».
A finales del siglo y principios del XVIII, Canarias, en un hecho de gran trascendencia política, se apresura a reconocer a Felipe V como Rey de España, y la introducción de la dinastía de los Borbones, a la muerte de Carlos II. Al parecer, en la distribución de los reinos, entre los diversos pretendientes, se había hablado que tanto el Archiduque Carlos V como el hijo segundo del Delfín de Francia e incluso el Príncipe de. Baviera, tenían apetencias sobre el Archipiélago.
Los canarios, a través del Concejo en La Laguna, habían decidido continuar su íntima vinculación a la península y toda España, valorando, entre otras razones, la importancia de la alianza franco-española, en esos años clave para el desarrollo de las Islas.
Los primeros decenios del siglo XVIII marcan para La Laguna unos acontecimientos de gran importancia, la erupción del volcán que cegó el Puerto de Garachico, y el mal tiempo reinante continuado, que impedía el gran tráfico exportador, por el Puerto de La Orotava, Puerto de la Cruz, hizo que se comenzara a potenciar definitivamente su propio Puerto, Santa Cruz de Tenerife. Con ello se inicia de forma definitiva su declive económico y comercial, pero vivió, en cambio, el cenit en el ambiente cultural, intelectual y artístico.
Comienzan los grandes éxodos canarios a fundar nuevas tierras. Van familias, y fundan Montevideo -hoy del Uruguay, otros a Téxas, San Antonio -hoy U.S.A._. Simultáneamente, como contrapunto al realismo y a la ilusión, se envía una expedición en busca de la Isla de San Borondón. Esa octava Isla Canaria, que al cabo de los años se ha sabido que es la permanente y obsesionada búsqueda por parte del canario, de la ilusión por su supervivencia. No queremos exclusivamente monocultivos, caña de azucar, vid, cochinilla, plátanos, tomates, cultivos de primor, flores de invernaderos o turismo. Tampoco emigraciones obligadas. Sencillamente esa octava Isla es la conjunción de todas ellas, además de otras actividades, para ue de forma equilibrada, y con la formación y cultura suficiente, seamos universalistas, y facilitemos que nuestros hijos puedan escoger vivir en nuestro Archipiélago por decisión voluntaria, no obligada Esa es nuestra octava Isla, ese es nuestro San Borondón.
Como decía, el Puerto de Santa Cruz de Tenerife, ya emancipado municipalmente, comienza a hacer peligrar la capitalidad de La Laguna. Los nuevos caminos de América y Europa pasan por su Puerto.
En 1738, Felipe V disuelve la Junta de Canarias, y la personalidad militar del Marqués de Vallehermoso, Comandante General de Canarias, va imponiendo sus criterios. Años antes, la ubicación militar máxima había sido ya trasladada a Santa Cruz. Todo ello, como evolución lógica de un realismo socio-económico. No existen posturas dictatoriales, salvo aisladas actitudes obcecadas.
La Laguna, que según Roméu Palazuelo, fué <«Creada más con el corazón que con la cabeza, en su ubicación», en estos años defendió su primacía con la cultura y el intelecto. Por bula de Benedicto XIV, se erea una Universidad de la mano de los Agustinos, pero tres años después, en 1747, Fernando VI suprime estos estudios, al parecer instigado por las rivalidades de las órdenes religiosas imperantes en la época.
En la mitad del siglo XVIII, nacen dos laguneros, que van a dejar huella indeleble en la ciudad. Por un lado, Don Alonso de Nava y Grimón, VI Marqués de Vilanueva del Prado, gran erudito, intelectual y político. Por otro, Cristóbal Bencomo, confesor del Fernando VII.
Ellos consiguen los últimos y brillantes logros para su ciudad, en los siglos XVIII y XIX. Predominio intelectual con las famosas tertulias de libre pensadores y literarias, como las de Saviñón, Román y Nava Grimón. Conviven el gran artista Rodríguez de la Oliva y el insigne historiador Viera y Clavijo, Bencomo, casi emigrante en la Corte va preparando la creación del Obispado de Nivaria y la reapertura univesitaria. Fue un gran apogeo intelectual, pero incluso comercial, pues se consigue al filo de 1787, para La Laguna, el Real Consulado Marítimo y Terrestre de Canarias, que prácticamente es el control de las actividades comerciales y económicas de todo el Archipiélago. Es casi como un «canto de cisne» de su poderío. Unos años antes, Felipe IV, había autorizado nuevamente la instalación de una Universidad de corta vida. Fue sustituida por un Instituto General de Segunda Enseñanza, cuyo rótulo se puede ver aún en la portada del viejo y entrañable edificio del Cabrera Pinto
A finales de siglo se crea la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife. Su gran impulsor, Nava y Grimón. Su ímpetu, generosidad y proyección de futuro se condensa, por ejemplo, en la lucha por la entrega de los terrenos baldíosa los vecinos, en régimen de explotación privada, y posterior propiedad, en un avance claro a los tiempos sociales modernos. ¡La tierra será para los que la trabajan!
Comienza el siglo XIX, que marcaría el declive lagunero, frente a la capacidad fabril, portuaria y comercial de Santa Cruz, con el último intento por la supremacía regional e insular.
En 1808, y ante la invasión francesa en la Península, se constituye la Junta Suprema de Canarias, se destituye al Capitán General Marqués de Casa-Cagigal, y se atribuye para sí la máxima representación del Archipiélago. Están presentes todas las Islas, menos Gran Canaria, que no admite tal autonominacion.
En 1810 tiene lugar otra catástrofe, esta vez en el péndulo vital, le toca a lo religioso. Casi un siglo después del aluvión que arrasó el convento de San Miguel de las Victorias, un terrible incendio volvió a destruirlo que como se sabe, albergaba al Cristo de La Laguna. Este es recuperado y trasladado a la Parroquia de Los Remedios, hoy Catedral, como hace unos meses, se repitiera casi dos siglos después por las obras realizadas en aquel convento. La historia se repite, los tiempos cambian pero la fe y la tradición persisten.
Ante el declive económico lagunero se hacen esfuerzos en otras líneas. Se consigue, en 1818, el Obispado de Tenerife, aunque prontamente se pierde. En 1821, al designarse a Santa Cruz de Tenerife en la distribución provincial napoleónica Capital de las Canarias, La Laguna pierde definitivamente su abolengo económico y administrativo. Son realidades que no se pueden soslayar, y entonces sus prohombres se esfuerzan para continuar con su rango, en las vertientes culturales, intelectuales y religiosas. Desean complementar a Santa Cruz. Pierde también su Real Consulado de Mar y Tierra, pero recupera definitivamente su Obispado en 1877. La presencia de clérigos, al parecer, aumen en demasía, que hace brotar la copla popular:
Diole Dios a La Laguna
un Cristo todo misterio
mucha agua, muchos curas
El pueblo de La laguna se aferra a sus tradiciones, a su historia y a su fe, no porque presagie augragio, como diría Reyes Darias, sino porque entiende que así es el lugar que por esos años se correspondía en el concierto archipiélagico.
Corren nuevos aires en la España peninsular, Bravo Murillo dicta el famoso Decreto de Puertos Francos, que significa un paso de gigantes para los ya grandes pueblos de las Islas, Santa Cruz de Tenerife y Las Palas de Gran Canaria
Va finalizando el siglo. Tenemos una definición de La Laguna por un ilustre extranjero, René Bernaud, que escribía en 1880: Esta Ciudad, antigua capital de Isla, tiene hoy una apariencia triste, que no anima al viajero a pararse. Sus calles, más desiertas aún que las de Santa Cruz, están bordeadas de casas con colores sombríos, de las nuevas caen en ruinas. Pero en general, su aspecto es todavía imponente. A cada paso se encuentran viviendas señoriales, adornadas con esculturas, que parecen escudos por encima de sus puertas monumentales. Pero piedras se desunen y en los muros crecen plantas de todas clases, amenazando al transeúnte. Sin embargo, esta ciudad posee dos edificios que no tiene la Capital: una Alcaldía y una Catedral»
Se mantiene aún la grandeza pero en la pobreza. Existe aún algo de la administración y la religiosidad, pero sobre todo el ambiente estudiantil se va enseñan todo de la Ciudad.
El poeta Antonio Zerolo, la ve así:
Ya La Laguna, triste y solitaria,
vuelve a su natural recogimiento,
a ser la típica ciudad canaria
donde se reconcentra el pensamiento.
Florón el más antiguo de Nivaria,
en un valle fecundo tiene asiento;
allí crecen el pino y la araucaria,
que son las liras rústicas del viento.
Sólo el gremio escolar que se declara
amante del bullicio y la alegría,
le presta animación con su algazara.
O se escucha la mística armonía
del órgano, al pasar por “Santa Clara”
en la tarde otoñal, lluviosa y fría.
Con el fin del siglo de las «luces», se llena La Laguna de las voces de sus poetas. Llega a nosotros con indudable diafanidad un intento de hombre universalista y de proyección ética, con Tabares Bartlett:
Tener para la ofensa recibida
ronto perdón, y olvido para el daño
siempre exento de maldad y engaño,
Ilevar la frente, por el mundo erguida
Todo estudiante de La laguna, a lo largo de los últimos decenios, conoce estos versos, y los ubica, entre las araucarias y los dragos, en uno de los más bellos rincones laguneros, la Placita de la Junta Suprema...
Los paseos de la Vega Lagunera, tienen un encanto inolvidable y distinto, pero siemprę un recuerdo bello, sin concretar quién lo siente. Así, en la niñez con el bullicioso correr de las bicicletas, o en la juventud, con el rubor cálido del primer beso robado, o la madurez sosegada de querer volver a revivir aquello que ya se adivina que no vendrá jamás, o en la lucha frente a la anciana soledad, cuando el nieto corretea entre sus piernas. Tampoco importa en la estación que ocurra, sea en el sereno atardecer del otoño, la suave brisa fría del invierno, el rebrotar floral de la primavera, o la sombra fresca de las palmeras casi centenarias, en el estío.
iQuien haya vivido las cuatro estaciones laguneras por San Diego, La Manzanilla, el Paseo Largo, en varias etapas de su vida, ya ha vislumbrado lo que pudiera haber sido el Jardín de las Hespérides, el Paraíso Terrenal!, ¡Las Islas Afortunadas...!
La Ciudad se estremece a primeros de siglo con el ruido indómito del tranvía, que con gran algarabía cruza de Este a Oeste, sus tranquilas calles. Es el comienzo, mejor el recomienzo de una unión consustancial con Santa Cruz, fueron una sola cosa, se separaron, y luego, poco a poco, desde principio de este siglo, van acercándose...
Casi al mismo tiempo, se instala la red eléctrica, y se ponen en marcha nuevas sociedades, que van a dar la impronta definitiva de La Laguna en el presente siglo XX. Por un lado, los intelectuales, los literatos, los artistas, los universitarios, fundan el Ateneo, de corte liberal y libre pensador. De otro, el artesanado, el ansia de cantar de un pueblo se organiza a través del Orfeón «La Paz». Ambas serán las recuperadoras de las mejores esencias laguneras.
Mientras, la creación de los Cabildos Insulares hace acercarse aún más a las diferentes ciudades y pueblos de cada Isla entre sí.
A partir de 1912, todos, La Orotava, Granadilla, Santa Cruz y La Laguna, son más Tenerife l a través de su Cabildo.
Se llega a la muy dolorosa, pero quizás imprescindible división provincial canaria, por un lado las Islas Orientales, por otro las Occidentales Casi como compensación jestán en el mismo Decreto, la separación provincial y la creación definitiva de
la Universidad de La Laguna!
Comienza en el 1927 un nuevo caminar canario. Pero, sobre todo, La Laguna va adquiriendo nuevamente su propia fisonomía, lo que había sido vuelve a serlo, aunque muchos agoreros no quieran verlo: la complementariedad creadora.
Aparecen nuevos vientos en la década de los treinta, que desembocan en la tempestad terrible de la guerra civil.
En pleno vendaval y en la tempestad, el Cristo, su culto y sus fiestas, siguen presidiendo los quehaceres laguneros, y va desarrollándose su incipiente Universidad.
Como expresión de ello, en 1932 se constituye el Instituto de Estudios Canarios de la mano, fundamentalmente, de Elías Serra y de María Rosa Alonso. Esta última justificaba su creación indicando: «Hace tiempo, señores, que la cultura de Canarias está falta de un organismo controlador», y que dio un impulso arrollador y complementario a la Universidad lagunera. De ésta, dijo en aquella época José Arozena, cuando se temía de su posible excesiva canarización, que defendía la universalidad de la Universidad, con estas palabras: Nuestra Universidad situada en el punto crucial de las culturas continentales, ha de recoger cuantos latidos se desprendan de sus centros vitales»
La Universidad se ha ido ampliando y extendiendo, y hoy, igual que ya no es posible separar a La Laguna de su Cristo, tampoco se la puede deslindar de su Universidad. Ya existe un tríptico claro e indeleble: El Cristo, La Laguna, su Universidad Religiosidad, tradición, ciudad, intelectualidad, universalidad; son factores que se entrelazan, para modelar el nombre de La Laguna.
El desarrollo comercial, portuario e industrial de Santa Cruz, exige mano de obra, ofrece puestos de trabajo, y entonces comienza de nuevo a tejerse la historia. «Baja» el lagunero a trabajar, se construyen núcleos urbanos importantísimos en las zonas de confluencia, como Taco y La La Laguna, su Universidad.
Religiosidad, tradición, ciudad, intelectualidad, universalidad; son factores que se entrelazan, para modelar el nombre de La Laguna.
El desarrollo comercial, portuario e industrial de Santa Cruz, exige mano de obra, ofrece puestos de trabajo, y entonces comienza de nuevo a tejerse la historia. «Baja» el lagunero a trabajar, se construyen núcleos urbanos importantísimos en las zonas de confluencia, como Taco y La Cuesta La Laguna y Santa Cruz, como diría el inolvidable Alfonso García-Ramos, se van extendiendo una dentro de la otra como manchas de aceite, desapareciendo los linderos separadores, y brota la copla popular.
Si subes a La Laguna
entra en el Cristo a rezar
para que Dios te perdone
o que me has hecho penar.
La fe, la creencia y el culto al Cristo traspasa también nuestras delimitaciones municipales...
Se es ya casi un sólo pueblo, una sola devoción.
Después de cierto oscurantismo creativo del pasado régimen, hemos llegado a la democracia actual, librepensadora, y laica.
Estamos en el hoy de 1987, Un hoy profundamente democrático La Laguna, va recuperando su situación, además de religiosa, universitaria e intelectual, No le priva ni la económíca ni la administrativa. Pero existe un proyecto, su recuperación política a nivel, no sólo de Tenerife, sino dentro del archipiélago .
Y en estas postrimerías del Siglo XX se podría haber adivinado como un devenir natural histórico.
La Laguna, definitivamente religiosa, cultural, intelectual y universitaria. Santa Cruz, comercial, económica, portuaria y administrativa.
El 14 de septiembre, el Día de la Exaltación de la Santísima Cruz, cuando las dos Corporaciones hermanas de Santa Cruz y La Laguna presidan conjuntamente la procesión del retorno, la vara de mando estará en la mano del alcalde de La Laguna, al igual que el día 3 de Mayo, ambas Corporaciones estarán bajo la presidencia del alcalde de Santa Cruz.
No es este el momento, el del Pregón, ni la persona, el presidente del Parlamento, lagunero y pregonero de ocasión, es decir, no son las circunstancias para abordar el tema de las relaciones La Laguna y Santa Cruz, pero sí el de recordar que existe una promesa de preguntarle a ambos pueblos qué quieren hacer con su futuro. Esperamos su limpia respuesta, que será mandato imperativo para todos.
El compromiso antes aludido obliga a una amplia información y a un debate sereno y sosegado.
iQue el Cristo de La Laguna ilumine a ambos pueblos en el momento de la consulta! Para así afrontar, con su decisión, la historia futura de Tenerife.
Pero esto debía haber sido un Pregón de Fiesta, que es el aviso de una conmemoración, de un aniversario. Se intenta recordar que comienza el mes de septiembre y con él, la celebración máxima para su pueblo. Pero es que septiembre, ¿no es La Laguna y su Cristo? Cuando se serena la brisa, las hojas de los árboles inician su caída, cuando la viña se vuelve dorada, cuando campanea a novenaria la espadaña del santuario, cuando los gallardetes y banderas ya ondean en lontananza, ¿no es septiembre que comienza?
Cuando en el descendimiento, al Cristo se le pasa a su cruz procesional, ¿no es el nueve de septiembre, que se le traslada a la Catedral, para el culto máximo del Quinario? Y cuando en la noche llamada de la víspera, la denominada antiguamente «Plaza Grande», recinto espléndido, grandioso, único en las ciudades canarias, que tiene un cierto regusto semicolonial, se llenen nuevamente -ya hacía varios lustros que no ocurría de guitarras, canciones típicas y ventorrillos, ¿no será acaso, el 13 de septiembre?
Y cuando el repicar de todas las campanas al mediodía en la procesión única del retorno, con la representación real, quién sabe si en un futuro próximo, con el mismo Rey, ¿no es el día 14 de septiembre?
Cuando en el atardecer brillante recorre el Cristo, prácticamente toda la ciudad, con los indescriptibles fuegos de La Torre, El Risco, y la Entrada, ¿no es la Apoteósis de La Laguna?
El poeta Antonio Zerolo, no lo puede reprimir
«De pronto, iqué momento de emociones!
un formidable estrépito resuena
que hace el espacio retemblar, y atruena
como el ronco fragor de cien cañones»
Mujeres y hombres, ciudad e isla, se dan un profundo abrazo y a lo lejos se oye como un murmullo, como un rezo, que no se sabe si es oración, súplica o sueño, la copla eterna de un lagunero.
«Si tu ne quisieras,
si tu me quisieras,
al Cristo en septiembre
le quemo una rueda
y cien voladores, colgados del risco
si tú me quisieras, le tiraba al Cristo...
Tradición, fe y sentir popular, son las constantes básicas de nuestras fiestas que hoy se inician con este Pregón.
Ha sido casi indiferente, que desde 1607 a 1659, las organizara una sola persona, diputado o caballero noble, y de arraigo en Tenerife. O que, a lo largo de 273 años, entre 1659 a 1926, haya sido el colectivo de la Esclavitud del Cristo quienes se hicierarn cargo de este honroso menester.
O que, por último, hasta nuestros días, haya sido esta Excelentísima Corporación quien realizara isla, este digno encargo, en los aspectos más populares del programa, con la ayuda inestimable de las dos grandes sociedades ciudadanas. El Ateneo y El Orfeón.
El diputado y noble caballero, la Esclavitud, las sociedades y esta Corporación Municipal, han ejecutado, a lo largo de los siglos, una orden, siempre la misma, exaltar a nuestro Crucificado. Y este mandato proviene de la gente sencilla, del pueblo llano.
Definitivamente, el gran pregonero mayor es nuestro pueblo lagunero, que anuncia y proclama con alegría a los habitantes de Tenerife y de toda Canarias que sus fiestas del Cristo hayan comenzado.
Y termino, casi como empecé. recuerdo a Estévanez,
Mi espíritu es isleño, como las patrias rocas
y viviré cual ellas, hasta que el mar anegue aquellas costas,
lagunero soy, tinerfeño y canario. Aquí, estoy.