En el proceso de restauración y limpieza al que acaba de ser sometida la imagen del Santísimo Cristo de La Laguna, lo trascendental ha sido la recuperación de su primitiva policromía, asombrosamente bien conservada durante cinco siglos en casi el ciento por ciento de su superficie, que con el tiempo había llegado a quedar oculta, pero ahora vuelve a mostrarse en plenitud.
Se ha rescatado una policromía de extraordinaria calidad artística, que revela la mano de un maestro consumado, conocedor profundo de las técnicas especiales de aplicación del color sobre superficies inertes y, asimismo, de la tradición plástica sobre la cristología flamenca del último gótico.
El hallazgo se produjo a medida que se eliminaba la espesa capa de suciedad acumulada a lo largo de medio milenio sobre la escultura. Nadie imaginaba que bajo aquel manto de pringue y otras adherencias se escondía tanta belleza en tan buen estado.
¿Qué cabía hacer? La restauración de una obra de calidad excepcional suscita por lo común polémicas. Las que en verdad cuentan son las de tipo científico, por lo que pueden aportar al conocimiento de esta cada vez más sugestiva y valorada rama del arte. También se da otro tipo de controversias de muy diferente signo, que suele discurrir por otras vías, como las de las emociones, las rutinas, los prejuicios, etc. Todas son respetables. No digamos si, como en el caso de la imagen del Cristo de La Laguna, a su categoría de obra maestra de la estatuaria de los Países Bajos se unen sentimientos de devoción muy acendrada, con fuerte arraigo popular, dentro y fuera del archipiélago canario. Cualquier alteración de las señas iconográficas tenidas por las más características, como la de "Cristo moreno", aún no siendo evidentemente así, como acaba de quedar demostrado, podría lastimar sensibilidades.
El descubrimiento planteaba un dilema: mantener lo que se comprobó científicamente que no era la pátina sino una gruesa película de mugre, o hacer que aflorara con todas sus calidades la joya pictórica oculta debajo. Dicho de otra forma: había que elegir entre una propuesta manifiestamente "conservadora", que se limitara a reparar los desperfectos y pasarle un plumero para eliminar el polvo reciente, y otra, planteada con rigor y con criterios científicos y artísticos, que permitiera la recuperación del color original con absoluto respeto a las alteraciones que a lo largo del tiempo habían experimentado los pigmentos, procurando hacerles ver a las gentes que el Cristo de La Laguna nunca fue moreno de tanta morenez, sino que estaba sucio, con una suciedad acumulada de siglos, y que así no podía continuar.
Hubiera sido imperdonable otra solución. ¿Cómo, so pretexto de una supuesta tradición plástica que se ha demostrado del todo inconsistente, se podía hurtar a creyentes y no creyentes la contemplación de la imagen en su primigenia belleza total? Lo obligado era recuperar la pintura, por sus altos valores plásticos, pero también por respeto y como homenaje al escultor que labró la efigie con mano maestra y al pintor que la supo policromar magníficamente.
La imagen del Señor de La Laguna venía demandando una restauración acorde con sus valores históricos y artísticos y con su profundo enraizamiento en el imaginario religioso del pueblo canario. Había que frenar su progresivo deterioro, reparar desperfectos varios y someterlo a una limpieza adecuada, de manera que pudiese seguir resistiendo como hasta ahora los embates del tiempo y de la historia.
Por otra parte, continuaba sin cumplirse, en cuanto a la imagen del Cristo, lo dispuesto en la ley autonómica 4/1999, de 15 de marzo, de Patrimonio histórico de Canarias, que obliga a la Iglesia católica, igual que a todas las administraciones públicas y privadas y a los particulares, a la conservación de los bienes culturales en las debidas condiciones, en tanto constituyen un patrimonio que a todos pertenece.
En Tenerife, la política de cooperación con la Iglesia católica para preservar su patrimonio venía practicándose desde antes de la promulgación de la mencionada ley. Campañas sucesivas, impulsadas por el Cabildo Insular y algunos ayuntamientos, se desarrollaron desde los años setenta del siglo anterior, con resultados mayoritariamente positivos. Recordemos las primeras, iniciadas por el empeño y bajo la dirección del entusiasta profesor e inolvidable amigo doctor Jesús Hernández Perera, que tuvieron continuación en las décadas siguientes.
Por lo que atañe al patrimonio escultórico, y circunscribiéndonos al de los templos de San Cristóbal de La Laguna, cabe recordar, entre otras, las restauraciones siguientes: la imagen de la Virgen de la Luz, del museo de la Catedral, relacionada con el taller del imaginero de procedencia flamenca Roque de Balduque, el antiguo San Cristóbal de filiación andaluza y la Virgen de la Merced de Rodríguez de la Oliva, del mismo templo; la Predilecta, de Luján Pérez, el Cristo del Rescate, la Inmaculada y el grupo escultórico del Señor de los Grillos y San Pedro penitente de Fernando Estévez, y el Cristo de Lázaro González Ocampo del grupo de La Piedad, imágenes todas éstas de la parroquia matriz de Nuestra Señora de la Concepción; la bellísima Inmaculada del genovés Antón María Maragliano, el goticista Señor Difunto, la Virgen del Rosario y el Señor de la Humildad y Paciencia, de la de Santo Domingo; el antiguo Nazareno portugués del monasterio de Santa Clara; y, en años y por manos diferentes, el Crucificado de Alonso de la Raya y los dos ladrones del variopinto grupo del Calvario, de San Lázaro; casi una veintena de tallas que por la incuria, los estragos del tiempo (sol, humedades, lluvia, xilófagos) y sobre todo por la acción humana inconsecuente o fortuita, necesitaban ser reparadas, lo que no se logró en todas ellas con pareja fortuna.
Obviamente, en ese catálogo estuvo desde el primer momento, y con motivos sobrados, la imagen del Cristo de La Laguna. Pero, a diferencia de las demás, se fue posponiendo año tras año su restauración, bien por innegables temores a reacciones adversas de los sectores inmovilistas, o por la carencia de propuestas de actuación bien definidas y con garantías suficientes, o por la exigencia de que fueran confiados los trabajos a equipos técnicos muy preparados, ante la convicción de que la escultura sólo podía ponerse en manos de especialistas de máxima cualificación y reconocida experiencia en escultura flamenca de finales del gótico y comienzos del renacimiento. Así transcurrieron más de dos décadas, más de doce años, desde que surgió un primer intento, sin duda bien intencionado pero agresivo, pues contemplaba, entre otras acciones, el descoyuntamiento de los brazos de la imagen para reafirmarlos con nuevas espigas, y el repintado de todas las zonas que habían perdido la policromía original.
Se ha cerrado un capítulo de la historia de la imagen del Señor de La Laguna, que abarca medio milenio, y comienza otro, que nos atrevemos a vaticinar será de mucha trascendencia. Se han abierto cauces insospechados a la investigación. Se han abatido teorías que parecían bien fundamentadas y recuperan actualidad y consistencia otras, como la de nuestra malograda amiga la profesora Constanza Negrín Delgado sobre la procedencia de la efigie, conforme apuntaba en un excelente trabajo, como todos los suyos, de 1964. Surgen nuevos datos y renovadas pistas para profundizar en el análisis de la obra, su relación con los talleres de los primitivos flamencos y las probables conexiones con el de Roger van der Weyden. En el arte flamenco, la policromía no es un mero complemento, se le concede pareja importancia a la del modelado, y, como señaló la doctora Serk, es extremadamente raro encontrar en Europa una talla de igual procedencia y similar nivel artístico que conserve tan bien un área tan extensa de su policromía original. Descartada la autoría de Louis van der Vule, habrá además que reanudar las indagaciones sobre quiénes, escultor y pintor, fueron sus artífices.
Al haberse recuperado en su totalidad las letras que bordean el llamado paño de pureza o perizoma, vuelve a cobrar actualidad el enigma del contenido de las mismas, que para la directora del IRPA tienen con bastante probabilidad sólo valor decorativo, mientras otros investigadores no descartan que contengan algún mensaje, relacionado acaso con el origen de la escultura. Es ésta una cuestión que me atrajo desde que, hará ahora sesenta y cinco años, di a conocer por primera vez, en un trabajo juvenil publicado en el programa de las fiestas del Cristo y de la consagración episcopal de don Domingo Pérez Cáceres, de septiembre de 1947, la interpretación que hizo supuestamente de estas letras en el siglo XVII el prelado don Bartolomé García Ximénez (Zalamea la Real, Huelva, 1622- Santa Cruz de Tenerife, 1690) que rigió la entonces diócesis de Canarias entre 1665 y el indicado año de su fallecimiento. Por cierto, el documento se encontraba hace más de un lustro, acaso cerca de dos, en la sala de juntas de la Esclavitud, y ya no está. ¿Podrá alguien saber de su paradero?
La imagen del Cristo de La Laguna vuelve a mostrar en toda su belleza el color original, atenuado, como es lógico, por la pátina del tiempo, que sí se ha respetado. Lo lograron, con un excelente trabajo en equipo, los especialistas del Instituto Real de Patrimonio de Bruselas señores Myriam Serk-Dewaide, directora del grupo y autoridad de reconocido prestigio internacional en restauración de imaginería flamenca, ya citada; Marta García-Darowska, Luck Serk y Maite Barrio, auxiliados por los restauradores tinerfeños José Antonio Montesdeoca, conservador del Cabildo de Tenerife, y Silvano Acosta Jordán, por la Esclavitud.
Las tareas se llevaron a cabo con prudencia y profesionalidad ejemplares, apoyadas en estudios metodológicos y análisis científicos diversos. Se hizo un reconocimiento de toda la superficie, milímetro a milímetro, mediante aparatos de alta precisión, con el fin de saber el estado de la talla, las técnicas empleadas en los distintos estadios de ejecución del policromado, y para poder fijar los límites de la intervención, con el fin de preservar en su totalidad los valores cromáticos sin alterarlos. La imagen no fue objeto de ningún repinte, a excepción de los mínimos imprescindibles al resanar varias grietas, de forma que no volvieran a ser nidos de suciedad, humedades o insectos, y todos se realizaron con materiales y pigmentos reversibles. Se han respetado las huellas más acusadas de la piedad popular. Por ese motivo, no se recubrió la zona del costado, alrededor de la llaga, que había perdido por entero la policromía al correr de los siglos por el roce de labios, medallas, rosarios, estampas y otros objetos de devoción. Igual en los pies.
Parafraseando lo dicho por la doctora Serk-Dewaide en su encuentro con los periodistas, a la imagen del Cristo de La Laguna se le han devuelto los maravillosos colores de su matizada policromía original. De nuevo se podrá contemplar el correr estático de la sangre, magistralmente realizado por el artista anónimo que lo pintó. Los ojos podrán recrearse en los detalles decorativos del perizoma, que habían terminado por quedar subsumidos en el fondo negruzco de los pliegues. Y se experimentará, como ya viene ocurriendo, el gozo impagable de poder contemplar remozado y en toda su belleza el magnífico, hermoso y sereno rostro del Cristo.
De "El Día" de Santa Cruz de Tenerife.
ELISEO IZQUIERDO.
Expresidente y académico de honor de la Real Academia Canaria de Bellas Artes.